martes, 8 de mayo de 2012

El año de l960 despuntó con el develamiento de un vasto complot que implicaba jóvenes de todo el país; y sorprendentemente muchos de ellos pertenecientes a familias de ferviente devoción trujillista. Las redadas que hacía el Servicio de Inteligencia Militar llevaban a prisión a tantas personas que hubo que improvisar lugares para encarcelamientos; y en medio de este panorama tan trepidante, la Iglesia Católica decidió la lectura en sus iglesias el domingo 31 de enero, de una Carta Pastoral que sacudió los cimientos ya carcomidos del régimen. En ese documento, después de una larga relación de mutuas conveniencias con el régimen, el Clero clamó por el respeto a los derechos humanos y condenó los atropellos y vejámenes con los apresados, y las persecuciones frenéticas que se habían desatado contra los miembros de la organización conspirativa recién descubierta. El país, para aquel momento era un hervidero de conjeturas; de rumores y de temores, cuando seis días después de leído el trascendente memorial eclesial, ocurrió la muerte de la joven dama Pilar Báez de Awad mientras se encontraba al cuidado de prestigiosos médicos por su condición de parturienta. Los vínculos de relación que esa joven y su familia mantenía con el círculo íntimo de Trujillo, llevó el ánimo popular a darle categoría de conjura asesina a su extraña e inesperada muerte, para lo cual la imaginación excitada desde la llegada de las expediciones armadas de junio de l959, tejió una complicada trama de participantes, teniendo como telón de fondo el celo de la pasión amorosa. El espíritu colectivo tan alterado por todo lo que pasaba, daba pie para que las mentes febriles lucubraran cualquier fabulación y esta se volvía creíble en el fértil correr de boca en boca. Al anochecer del 30 de noviembre, o sea, diez meses después, murió en un accidente automovilístico el viudo de la malograda Pilar, el teniente de la Fuerza Aérea, Jean Awad Canaán. Todavía el país no había superado la profunda congoja que le produjo el asesinato de las hermanas Mirabal, enmascarado en un accidente de carretera apenas cinco días antes de que el joven militar estrellara su vehículo contra un camión estacionado en una carretera del sur. La recurrencia del régimen de disimular crímenes políticos con la apariencia de “accidentes automovilísticos” era un recurso sórdido que el oficialismo había utilizado a lo largo de los años. Los casos más recientes lo había sido el de las hermanas Mirabal y el homicidio de Ramón Marrero Aristy, el l7 de julio de l959. Estos asesinatos de Estado se perpetraron en un lapso de apenas l6 meses. Por tanto, cuando ocurrió el real accidente del teniente Canaán, esta ocurrencia fue percibida por quienes difundieron la especie, como un crimen premeditado dentro del ámbito del oficialismo y le brindó a la imaginería la oportunidad para completar con tonalidades shakesperiana, la tragedia cuya primera parte ya había diseñado con la muerte de la desdichada Pilar. El carácter de trama criminal que la leyenda en su momento le atribuyó a aquellos accidentes que acabaron con la vida del joven matrimonio Awad-Báez, se fue acentuando hasta imponerse como verdad, con el respaldo de quienes después de desaparecido el régimen, llevados por el nuevo “espíritu de la época” avalaron el mito de asesinato planificado en esas penosas muertes, sin detenerse a investigar, o por lo menos a dudar en la calificación de trama criminal de aquellos luctuosos accidentes, respetando las declaraciones públicas que ofrecieron personas de respetabilidad presentes al ocurrir aquellas dos tragedias impuestas por el destino. El libro “Pilar y Jean, investigación de dos muertes ocurridas en la era de Trujillo” que el día 3 de este mes de mayo puso en circulación en la Academia Dominicana de la Historia, Naya Despradel, es una investigación exhaustiva que, como bien expuso en la presentación de dicha texto el respetable historiador Frank Moya Pons, “es un modelo de pesquisa que solo encontramos en el ejercicio honrado de algunos detectives profesionales”. La pasión por la objetividad histórica condujo a la autora de esta prolija obra a un gran esfuerzo investigativo para así llegar a conclusiones definitivas en cuanto a las verdaderas causas de aquellas desdichadas muertes. En una sucesión que mantiene un continuo interés, como lo despierta una buena lectura de suspenso, el lector se va adentrando en el texto, a través de toda la documentación y entrevistas que contiene el bien elaborado texto, hasta llegar a las conclusiones, “mas allá de la duda razonable”, en cuanto a las verdaderas causas de aquellas muertes. El libro que comentamos, cumple holgadamente su papel en cuanto a la rectificación histórica que persigue, y hay que felicitar a su autora, no solo por esa tarea que cumplió con dedicación monacal, sino también, por su entereza al escoger un tema que, aunque ya han trascurrido cinco décadas desde su ocurrencia, todavía se mantiene el miedo a tratarlo sin el prejuicio, como sucede con otros tantos asuntos del período trujillista que puedan contradecir juicios que han adquirido la categoría de verdades absolutas, aun cuando en estos destile la pasión y el oportunismo. Fernando Infante Mayo 6, 2012

EL LIBRO DE NAYA DESPRADEL

sábado, 17 de marzo de 2012

DEL COMPLOT A LA GLORIA

DEL COMPLOT A LA GLORIA


La figura de Rafael Leonidas Trujillo, el recio gobernante que cayó abatido la noche del 30 de mayo del año l961, se mantiene en buena parte cubriéndonos como fantasma tutelar, debido a la enraizada vigencia que todavía tienen sus mas señalados modos.
Aun vivimos el trujillismo como cultura socio-política, a pesar de que ha transcurrido mas de una generación desde aquella trágica ocurrencia, que pudo haber sido el inicio para una transformación profunda en el pueblo dominicano, no solo en lo político y social, sino también en su proceder ético.

De sus métodos en el ejercicio del poder, apenas ha desparecido a plenitud el sometimiento que impuso a sus gentes; la privación de libertades públicas y el encarcelamiento o asesinato que practicaba el régimen para casi todos aquellos que disentían de su política.

La otra característica que encarnó aquel poderoso caudillo influye en la vida nacional de manera inocultable. El autoritarismo, la rapacidad que identificó aquel titán en la acumulación de fortuna, la mentira política y de Estado y la simulación, son hábitos que se han extendidos desde la desaparición de aquel hombre que fue considerado paradigma de esas conductas.

Un régimen tan anonadante como el trujillista tenía por fuerza que provocar repudio y rebeldía. algo que realmente sucedía en determinados y contados núcleos en el curso de aquel aplaudido y largo mandato del ditirambo desmedido y la abyección más nauseabunda. Todos se mantuvieron arrodillados ante aquel señor feudal. Unos por el temor, otros por el otorgamiento de seguridad económicas y prestigio social y por el fanatismo abrumador de un pueblo que ha dado sobradas muestras de haber nacido con la decencia atrofiada, como bien conocía aquel hombre de hierro, cuando en la intimidad, sentenciaba que “no creo en los dominicanos, porque se venden con solo ofrecerles un arenque”, expresión lapidaria que escuchamos de los cáusticos labios de su hijo Ramfis, en una visita que le hiciéramos mientras nos encontrábamos en Madrid, poco antes del trágico accidente automovilístico que sufrió, a cuya consecuencia perdió la vida.

Para el año en que ocurrió el magnicidio, dos núcleos que se encontraban en plena actividad conspirativa terminaron fusionándose en una unidad de la que emergió una célula de siete hombres decididos a suprimir físicamente aquel semidiós enloquecido. Sobre la eliminación de Trujillo existe una bibliografía de importancia a la que se agrega ahora un nuevo libro que recoge en forma prolija, sin subordinarse el autor a sus prenociones, la gran aventura conspirativa que culminó con el atentado fatal para el gobernante.

En una narrativa ágil, el lector se sumerge en aquella intrépida trama y participa con los bizarros señores de la conjura. Penetra en los detalles de aquel entorno íntimo y familiar, codeándose con todos aquellos que de una forma u otra se vieron envueltos en tan amedrentador proyecto.

La obra a que nos referimos, cuyo título encabeza este artículo, ofrece al lector un trabajo bibliográfico en el que el autor, Luis Estrella M., rinde homenaje a su padre y a quienes fueron sus compañeros de sacrificios. Creemos que este aporte literario viene a contribuir como útil herramienta a un mayor y más amplio conocimiento sobre aquel hecho que figura como hito señero en la historia doméstica.

El autor, sin sacrificar la objetividad describe la intensa labor para llevar a efecto la peligrosa urdimbre y enriquece su narración con un trasfondo cálido y emotivo en que flotan los fuertes vínculos filiares y de amistad fraterna entre los conjurados. El lector se ve sumergido en el hondo espíritu de lealtad y sacrificio que galvanizó entre sí a esos hombres y sus familias, envueltos en aquel aterrador compromiso de honor que habían asumido como una obsesión.

“Salvador Estrella S., Del Complot a la Gloria”, por su valor testimonial, deberá constituirse en complemento indispensable a todo lo que hasta ahora se ha escrito sobre aquellos estremecedores acontecimientos, y además, porque alimenta notablemente el tema con la aportación que ofrece de datos antes inéditos.

La seriedad que reviste la obra, a nuestro juicio, le da carácter de material obligado de consulta para todo cuanto se relacione con el apasionante, trágico e inacabado hecho histórico que constituyó la muerte de Trujillo.

Periódico HOY,
Mayo 23, 1998
DEL COMPLOT A LA GLORIA


La figura de Rafael Leonidas Trujillo, el recio gobernante que cayó abatido la noche del 30 de mayo del año l961, se mantiene en buena parte cubriéndonos como fantasma tutelar, debido a la enraizada vigencia que todavía tienen sus mas señalados modos.
Aun vivimos el trujillismo como cultura socio-política, a pesar de que ha transcurrido mas de una generación desde aquella trágica ocurrencia, que pudo haber sido el inicio para una transformación profunda en el pueblo dominicano, no solo en lo político y social, sino también en su proceder ético.

De sus métodos en el ejercicio del poder, apenas ha desparecido a plenitud el sometimiento que impuso a sus gentes; la privación de libertades públicas y el encarcelamiento o asesinato que practicaba el régimen para casi todos aquellos que disentían de su política.

La otra característica que encarnó aquel poderoso caudillo influye en la vida nacional de manera inocultable. El autoritarismo, la rapacidad que identificó aquel titán en la acumulación de fortuna, la mentira política y de Estado y la simulación, son hábitos que se han extendidos desde la desaparición de aquel hombre que fue considerado paradigma de esas conductas.

Un régimen tan anonadante como el trujillista tenía por fuerza que provocar repudio y rebeldía. algo que realmente sucedía en determinados y contados núcleos en el curso de aquel aplaudido y largo mandato del ditirambo desmedido y la abyección más nauseabunda. Todos se mantuvieron arrodillados ante aquel señor feudal. Unos por el temor, otros por el otorgamiento de seguridad económicas y prestigio social y por el fanatismo abrumador de un pueblo que ha dado sobradas muestras de haber nacido con la decencia atrofiada, como bien conocía aquel hombre de hierro, cuando en la intimidad, sentenciaba que “no creo en los dominicanos, porque se venden con solo ofrecerles un arenque”, expresión lapidaria que escuchamos de los cáusticos labios de su hijo Ramfis, en una visita que le hiciéramos mientras nos encontrábamos en Madrid, poco antes del trágico accidente automovilístico que sufrió, a cuya consecuencia perdió la vida.

Para el año en que ocurrió el magnicidio, dos núcleos que se encontraban en plena actividad conspirativa terminaron fusionándose en una unidad de la que emergió una célula de siete hombres decididos a suprimir físicamente aquel semidiós enloquecido. Sobre la eliminación de Trujillo existe una bibliografía de importancia a la que se agrega ahora un nuevo libro que recoge en forma prolija, sin subordinarse el autor a sus prenociones, la gran aventura conspirativa que culminó con el atentado fatal para el gobernante.

En una narrativa ágil, el lector se sumerge en aquella intrépida trama y participa con los bizarros señores de la conjura. Penetra en los detalles de aquel entorno íntimo y familiar, codeándose con todos aquellos que de una forma u otra se vieron envueltos en tan amedrentador proyecto.

La obra a que nos referimos, cuyo título encabeza este artículo, ofrece al lector un trabajo bibliográfico en el que el autor, Luis Estrella M., rinde homenaje a su padre y a quienes fueron sus compañeros de sacrificios. Creemos que este aporte literario viene a contribuir como útil herramienta a un mayor y más amplio conocimiento sobre aquel hecho que figura como hito señero en la historia doméstica.

El autor, sin sacrificar la objetividad describe la intensa labor para llevar a efecto la peligrosa urdimbre y enriquece su narración con un trasfondo cálido y emotivo en que flotan los fuertes vínculos filiares y de amistad fraterna entre los conjurados. El lector se ve sumergido en el hondo espíritu de lealtad y sacrificio que galvanizó entre sí a esos hombres y sus familias, envueltos en aquel aterrador compromiso de honor que habían asumido como una obsesión.

“Salvador Estrella S., Del Complot a la Gloria”, por su valor testimonial, deberá constituirse en complemento indispensable a todo lo que hasta ahora se ha escrito sobre aquellos estremecedores acontecimientos, y además, porque alimenta notablemente el tema con la aportación que ofrece de datos antes inéditos.

La seriedad que reviste la obra, a nuestro juicio, le da carácter de material obligado de consulta para todo cuanto se relacione con el apasionante, trágico e inacabado hecho histórico que constituyó la muerte de Trujillo.

Periódico HOY,
Mayo 23, 1998

lunes, 6 de febrero de 2012

Ricardo Pittini

BIOGRAFIA DEL ARZOBISPO PITTINI

Para los dominicanos, particularmente aquellos que aspiramos adentrarnos en el conocimiento de la Era de Trujillo, el nombre de Ricardo Pittini, quien fuera arzobispo primado de Santo Domingo, nos trae al pensamiento el recuerdo de su larga vinculación con Rafael Leonidas Trujillo, acercamiento que se inicia a partir de la llegada por primera vez de monseñor Pittini a la República Dominicana.

Cuando esto ocurre, el salesiano desempeña las funciones de Provincial de su congregación en la parte este de los Estados Unidos y allí recibe instrucciones del Superior General de la orden religiosa, Pedro Ricardone, de trasladarse a Santo Domingo, para examinar la posibilidad de que la congregación pueda establecerse en el país.¨”El señor nuncio –José Fietta- y el Presidente de la República de Santo Domingo, desean fundar allí una escuela agrícola o una escuela profesional. Ve observa e infórmanos”, le instruye el superior salesiano.

El l6 de agosto de l933, acercándose a los sesenta años de edad llega monseñor Pittini al puerto de San Pedro de Macorís y pocos días después se produce su encuentro con el jefe del Estado en la ciudad de Santiago, donde se encuentra instalado el Poder Ejecutivo en aquel momento.

La reunión entre ambos, con la presencia del nuncio fue clara y sin mucho preámbulos, como señala el sacerdote: “Padre Pittini –centró Trujillo- mucho se hace sentir en la República la creación de un instituto de artes y oficios donde la juventud dominicana pueda practicar las profesiones naturales y mecánicas. Entiendo padre Pittini que necesitamos mucho más de escuelas profesionales que de la mismísima universidad de Santo Domingo. Fíjese bien padre”.

De ese primer encuentro surgió entre ellos una corriente de simpatía que reportaría amplios beneficios para el gobierno como para la congregación salesiana y por extensión para la iglesia católica; débil y disgregada entonces, necesitada de una organización y progreso interno que le permitiera una participación mas acentuada en la vida dominicana, lo cual empezó a lograr a partir de l935, hasta alcanzar un desarrollo, coherencia y vigor que le permitió enfrentar con decidida actitud al régimen a partir del año l958.

En sus memorias, Pittini reconoce la impresión que le causó el gobernante dominicano cuando memora aquel primer encuentro: “Por el momento, agradecí su mano extendida y me complací paletamente en su excelencia, el presidente de la República –y agrega- “Por el momento solo parecía sentir afecto y respeto por mí”.

De su ejercicio episcopal, Pittini nos deja algunas experiencias de su relación con el clero y señala entre sus peores disgustos los ocasionados por un grupo de “eclesiásticos quienes ardían por acreditar méritos ante el régimen de Trujillo y encontraron en el juego de la delación y la invención una posible recompensa”.

También nos ofrece reflexiones acerca de la personalidad de aquel gobernante, como la que señalamos a continuación entre algunas otras que revelan el profundo conocimiento sicológico que había alcanzado aquel pastor de almas en su largo pastoreo. “Trujillo conoce muy bien el valor acumulativo de la seducción…Su forma de seductor fue, de por sí, un arma afilada, porque quien se aproximó supo que se estaba poniendo a tiro y un fascinado es ya carne de seducción. Rafael Leonidas Trujillo fue el tipo de seductor constante, pero a la vez circunstancial al que solo movía el interés”.

Lo circunstancial de los afectos de Trujillo, que tanto conocieron quienes estuvieron en su entorno de amigos y servidores, entre quienes sobresalió el propio Arzobispo, la pudo comprobar éste de manera dolorosa y descarnada, según narra en el capítulo que titula “Epica de Terrores”, cuando el trujillismo llega al “paroxismo”, en sus años finales. Pittini habla de un confuso accidente que sufriera al anochecer del 7 de diciembre de l958 en su habitación del arzobispado, cuando recibió un fuerte golpe en la cabeza que lo hizo caer de la cama con una gran herida.

Este acto produjo un sordo asombro y una gran inquietud en el círculo religioso personal e íntimo de monseñor Pittini, situación que comenzó a despejarse cuando sus médicos comprobaron que el accidente no tendría consecuencia fatales y llegaron a la conclusión que solo un atentado podría haberle causado la clase de lesión que había sufrido, percepción que se vio reforzada porque poco antes algún desconocido había penetrado en la habitación y sustraído su anillo episcopal que se encontraba en una mesita junto a su cama.

Pero aún faltaba que le ocurriera lo peor y que lo condujo a la pérdida del afecto de Trujillo. Esto habría de llegarle después de monseñor Pittini recibir a Máximo López Molina cuando éste llegó al país para iniciar las actividades del Partido Comunista Dominicano y como viejo conocido del Arzobispo no tardó en visitarle. Trujillo de inmediato hizo llegar hasta él al monseñor Antonio Flores, salesiano también a quien sin preámbulos le espetó: “vaya y saque del palacio al arzobispo antes de cuarenta y ocho horas. Si no, vuelo la catedral”.

No parecía un mandato para quien había sido su amigo de tantos años y contribuyó con tantas obras de desarrollo humano a matizar su duro régimen y revestirlo de cierta preocupación social por las clases necesitadas. Aquella terrible orden parecía el ultimátum que concede un señor de la guerra a un enemigo que se niega a abandonar un bastión sitiado.

Esta acción de Trujillo la sintió Pittini con más dolor que el estacazo que le fue propinado en la cabeza, porque ahora el sufrimiento no fue físico, sino en el alma e infligido por el hombre con quien tantos esfuerzos había coordinado para el desarrollo de la organización salesiana en el país y con ello contribuir a la formación espiritual y material de un gran sector de la juventud marginada, que en alguna medida eran matices que atenuaban el aherrojamiento y asfixia social en que vivía toda la sociedad dominicana.

Esta exquisita, culta y sentida narración biográfica, escrita por el erudito español Francisco Rodríguez del Toro, doctor en historia contemporánea y licenciado en Filosofía, Teología e Historia de la Iglesia (gregoriana Roma), quien a publicado treinta libros en materia de su especialidad, fue editada por la fundación NIPASE, de España en enero del año 2010, describe la vida de un hombre quien confiesa que desde su temprana juventud “succioné mi deseo de ser sacerdote con la voracidad de un parásito de almas”, e imbuido por su alta vocación apostólica ingresa al seminario y a los diez y siete años es enviado a el Uruguay para completar su formación sacerdotal, y allí alcanza “su ordenación sacerdotal en América y para América”. Permanece por treinta y cuatro años en este país y en el Paraguay cumpliendo su labor salesiana creadora de centros educativos y evangelizadora hasta en la Guaranía, cuando que es trasladado a los Estados Unidos, en l928, donde permanece por seis años.

Su vinculación al gobernante Rafael Leonidas Trujillo, quien llegó a “quererlo como un padre”, según le confió Virgilio Alvarez Pina, en visita que le hiciera en los terribles años finales de régimen, la aprovechó el sacerdote para expandir la obra salesiana, para proporcionar a gran parte de la juventud marginada dominicana alguna formación laboral y espiritual que atenuara en alguna medida los rigores el régimen, Pittini siempre tuvo sentido de la oportunidad, como el mismo lo confiesa cuando decide su entrada al seminario, niño aún. Por tanto, con su sentido pragmático razona: “Trujillo gobernaba la República Dominicana mediante una imagen de Gran Benefactor acudí a él… Trujillo fue Estado fuerte e imagen. Trujillo fue la gran factoría política que confeccionó una imagen de la República Dominicana. Yo a mi manera fui la iglesia dominicana e imagen también”.

Esta obra no despierta interés sólo por su experiencia con Trujillo. En sus páginas se describe la entrega de este sacerdote a la gran tarea de engrandecer la labor salesiana en los distintos lugares donde actuó como Principal de esa congregación. El lector conoce, además, sus amigos y aquellos tantos personajes que trató, como lo fue Indalecio Prieto, cuando ambos coincidieron en la clínica Castroviejo de Nueva York por problemas de la vista. Ya Pittini había perdido la visión de su ojo derecho en l944, durante una larga visita pastoral en Puerto Plata y Altamira.

Sus impresiones con Roossevelt y el Papa Pío XII. Sus afanes en los Estados Unidos por expandir allí su congregación. Su gran amistad con los cardenales O´Connell y Richard Cushing y la solidaridad que encontró siempre en ambos, para sus proyectos salesianos en el país. La lectura de estas memorias resulta una travesía instructiva y cultísima por un pasado no tan lejano en la historia.

Sus vivencias en una época de convulsiones sociales, económicas y política en el mundo; las misiones que le encargaba el gobierno dominicano en su interés de la realización de su proyecto del Faro a Colón y su viaje a Venezuela para traer los restos de Félix María Ruiz en un momento en que las relaciones entre los dos gobiernos no se encontraban en armonía.

En esta obra biográfica de Ricardo Pittini, encontramos junto a todo lo anterior: su visión amplia y abarcadora; filosófica y heurística de aquel momento en la vida dominicana que la historia recoge como Era de Trujillo y el repaso que hace de aquella época, y de aquel hombre que percibe como único y quien fue su artífice: “Rafael Leonidas Trujillo no fue uno mas…jamás resultó indiferente ni para el corazón ni para la fantasía. Cordialmente indiferente. “No. Rafael Leonidas no dejó a nadie indiferente. Tampoco a mí. Fue un personaje. Tuvo a diferencia de otros –que picaron tan alto y cayeron tan bajo como hombres de paja, por ejemplo Peynado o Troncoso- categoría de personaje. Tuvo mensajes, argumentos, comunicación, paradojas, contradicciones, carga dramática. Fue shakesperiano.”

Este trabajo biográfico acerca del azobispo Pittini, nos ofrece por sobre todo, su esfuerzos orientados hacia el engrandecimiento de la iglesia católica a partir de su consagración arzobispal en la República Dominicana, tal vez con la intención de que la actuación de este sacerdote sabio, cuya vida estuvo apostólicamente dedicada a la formación, expansión y fortalecimiento salesiano, pueda ser reenfocada por los dominicanos, quienes generalmente preferimos recordarlo, superficialmente, como estamos acostumbrados a enjuiciar: por trujillista. “Con el correr del tiempo, varios sacerdotes, caza recompensas a sueldo, aparecerán en las alcantarillas por donde bajó arrastrada mi fama, acusándome de trujillismo”.

Por último entendemos la biografía de Ricardo Pittini, Arzobispo primado de Santo Domingo, que hemos dedicado este comentario, como una travesía altamente instructiva por toda su vida rica en experiencias de hondo sentido humano en una prosa cautivante. No como un relato nada más de sus relaciones con Trujillo, con quien tuvo que transigir para lograr llevar a el desarrollo de la escuela salesiana en el país y con ello lograr la preparación de un parte de la juventud marginada que se encontraba necesitada de instrucción y enseñanza útil para incorporarse eficazmente en la sociedad. Esto fue un episodio de su larga vida dedicada a la búsqueda de la formación espiritual y el entrenamiento en labores edificantes en la juventud desamparada como miembro de la congregación salesiana que fue y tuvo como ejemplo aquel gran hombre que fue Don Bosco.



Fernando Infante
6 de enero de 2011

Infante versus Ayuso

Sat, 27 Nov 2010 15:19:00
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Ayuso versus Infante: Trujillo y Balaguer
POR FERNANDO INFANTE*
*EL AUTOR es historiador, escritor e investigador. Reside en Santo Domingo.


En el libro Lucha contra Trujillo, 1930-1961, de reciente publicación por la editora Letra Gráfica, cuya autoría corresponde al escritor, poeta, periodista e investigador histórico Juan José Ayuso, éste hace algunos enjuiciamientos sobre mí, al final de la página l00 e inicio de la l0l, a los cuales quiero referirme.
Cita Ayuso: “Infante se ahorró la disciplina de la crítica histórica y se dejó llevar por directrices de formación y pasión política personales. Fue un joven trujillista e hizo vida y fortuna con el neotrujillismo de Joaquín Balaguer”. (Son apreciaciones suyas sobre cierta reseñas que hago en mi obra “La Era de Trujillo, cronología histórica – l930-l961) ¿En que se basó el autor, tan celosode los métodos de investigación histórica, para esa categórica afirmación acerca de mí? El concepto que él expresa al calificarme de “joven trujillista” durante la Era, tenía y todavía tiene una connotación muy definida: dedicación de forma pública a la exaltación del régimen o lazos de parentesco con familias devotas de forma connotada con dicho régimen.La segunda aseveración que contiene su cláusula acusatoria es que “hice vida y fortuna en el neotrujilllismo de Joaquín Balaguer, l96l-l962-l966-l974-l986-l996”. Esta también es una acusación gratuita y mendaz. Tal vez si hubiere utilizado las metodologías investigativas que tan bien conoce se habría ahorrado la conclusión que acerca de mi ha reseñado en su libro y que cita en las páginas que he señalado.La muerte de Trujillo me encuentra, a los veinte y seis años de edad desempeñando en la Secretaría de Obras Públicas un cargo de taquígrafo mecanógrafo, cuyo nombramiento todavía conservo, y de ese cargo fui cancelado en octubre de l96l, junto con un grupo de jóvenes con quienes trabajaba en la Dirección General de Aviación Civil. A propósito, esa fue la posición más importante y mejor remunerada y por muy corto tiempo que desempeñé en aquel gobierno, la cual por su insignificancia contrariaba la ortodoxia oficial del régimen, tratándose de un joven de “formación y pasión política trujillista”, como me califica Ayuso.En cuanto a mi “vida y fortuna en el neotrujillismo en los ejercicios gubernativos de Balaguer”, ciertamente tuve la honra de ocupar distintas posiciones públicas, tanto en el sector empresarial del Estado como en la administración pública, y por último, en el Cuerpo Diplomático.En el desempeño de los cargos en los distintos períodos gubernativos de Joaquín Balaguer, supe desenvolverme con gallardía y apegado a la ética, la decencia y vocación de servicio. De esos gobiernos no ha pasado tanto tiempo y todavía están en el medio muchas personas que podrían haber informado de mi desempeño como funcionario al señor Ayuso, en caso de éste haberse tomado la molestia de investigar, como el profesional en esta actividad que es, entre las variadas calificaciones que ostenta, antes de emitir los juicios carentes de sustentación acerca de mí que contiene su libro¿Mi fortuna? El aprecio y afecto que encuentro en todos los círculos en que me he desenvuelto, durante y después de haber desempeñado las posiciones en las etapas balagueristas. ¡Ah!, falta citar la mayor riqueza acumulada entonces: el orgullo de haber servido a aquel estadista y en la forma en que lo hice.

sábado, 4 de febrero de 2012

Max Henriquez Ureña

PRESENTACION DE LA OBRA “MAX HENRIQUEZ UREÑA” “LAS RUTAS DE UNA VIDA INTELECTUAL”, DE ODALÍS PEREZ, A CARGO DE FERNANDO INFANTE, EN EL ARCHIVO GENERAL DE LA NACION EN FECHA 20 DEL MES DE OCUBRE DEL AÑO 2011.-

La personalidad de Odalís Pérez ha estado vinculada a plenitud con el quehacer educativo como compromiso social, y el aporte cultural que hace en una continua producción literaria, le ha permitido ofrecer como ventana abierta a la ilustración las distintas disciplinas intelectuales en que se ha formado. Eso le ha dado a este sólido intelectual una identificación como un enjundioso investigador en el ámbito de las humanidades y las artes.

Este hombre de Universidad en el mejor sentido, que es el Odalís Pérez, al igual que otros compañeros suyos de generación biológica y cultural, ha asumido la enseñanza en sus distintos niveles con encomiable dedicación para llevar a cabo los esfuerzos de su intelecto, y vocación por la divulgación del conocimiento en un amplio abanico de actividades enriquecedoras del pensamiento.

En ese sentido, estos difusores culturales modernos han establecido cierta identidad con aquellas inteligencias del pasado, entre quienes figura de manera sobresaliente don Max Henríquez Ureña, cuyo erudito saber ahora nos trata el autor del ensayo crítico cuya presentación nos ha confiado para nuestro enaltecimiento.

Para Odalís Pérez, los Henríquez Ureña, no han sido ajenos a su quehacer educativo y divulgación cultural; la progenitora de esos ilustres hermanos, la poetisa y educadora Salomé, así como su hija Camila, ya anteriormente habían sido objeto de su atención por medio de breves ensayos publicados en periódicos. Y recientemente, apenas el año pasado, este tenaz investigador hizo público un amplio análisis historiográfico de la obra del gran don Pedro Henríquez Ureña, “su guía y maestro”, como llamara Max a su ilustre hermano.

Ahora, con este trabajo exegético de los escritos de Maximiliano Adolfo, a los que ha tenido acceso en el país y al cual ha dado por título “LAS RUTAS DE UNA VIDA INTELECTUAL” Odalís Pérez amplia el cuidado que ha venido dando a la inestimable labor didáctica y cultural de la estirpe que constituye la familia Henríquez Ureña. Don Max, fue uno de nuestros notables hombres de pensamiento del siglo pasado a quien pocas áreas del quehacer intelectual les fueron ajenas. Conferencista, escritor, historiador, periodista, crítico literario; maestro y colaboró con las principales revistas culturales de algunos países de America. Poeta y cuentista en sus inicios en el mundo de la literatura, y más tarde catedrático universitario en California, Puerto Rico y Santo Domingo y en cada una de sus múltiples expresiones del saber humanístico dejó la huella de la galanura de su estilo y sapiencia abrumadora.

Dicho con las breves palabras de su panegirista al referirse a este ilustre hombre de letras en su muerte, “Fue un gran trabajador y su erudición y acuciosidad resalta en la factura magnífica de sus obras que forman el pedestal de su fama”

De el rico legado intelectual de don Max, una gran mayoría se encuentra en Cuba, donde, como es bien sabido completó su formación educativa, e inicialmente, al graduarse allí de abogado en l9l3, se dedicó al magisterio y al periodismo, a la par con una intensa actividad en el campo de las letras que lo llevó a la fundación de revistas culturales en Santiago de Cuba, donde a la vez fue profesor de la Escuela Libre de Derecho y Director de la Escuela Normal de Oriente, además de figurar como miembro de la Academia de Artes y Letras de La Habana y estuvo entre los fundadores de la Sociedad de Conferencias en esta capital, por lo que desde muy temprano llegó a sobresalir como ”un fecundo animador de la cultura”.

Por ese prolífico internacionalismo cultural de don Max es que Odalís advierte al lector, cuando en la base de trabajo para la elaboración del texto que ahora presentamos dice: “Como las múltiples y diferentes escritos de Max Henríquez Ureña se encuentran dispersos en lugares de difícil acceso y aun hoy (2011) no disponemos de un cuerpo completo de obra escogidas, editadas con un aparato crítico confiable, nuestra investigación es solo un humilde aporte al conocimiento interno y sincrónico de su obra”.

Y mas adelante refuerza la advertencia anterior al señalar que: “la recepción de Max Henríquez Ureña ha presentado problemas de reconocimiento, estudio e interpretación en su país, debido a la dificultad para adquirir sus textos publicados en Cuba, Méjico y otros países de Latinoamérica a comienzos del siglo XX. Gran parte de sus escritos se encuentran en los archivos de la Academia de Ciencias de la República de Cuba…” razón por la cual los mas importantes estudios que tratan sobre Henríquez Ureña se deben a investigadores de aquel país que adoptó a los hermanos Henríquez Ureña, como su segunda Patria.”.
En las palabras del autor se advierte cierta desazón cuanto se refiere al monumental estudio ”Obras y Apuntes” financiado por el Estado dominicano y confiado a un equipo de profesionales cubanos para el análisis historiográfico de los papeles de ese prolífico hombre de letras que fue don Max, sin que en dicha contratación se incluyera alguna representación del talento especializado criollo.

“Las rutas de una vida intelectual”, es señalada, pues, por su autor como “el primer esfuerzo exegético acerca de la obra de Max Henríquez Ureña desde la visión de un dominicano valiéndose de la recolección de los trabajos de narrativa, crítica, historia, política, periodismo y diplomática que pudo encontrar disponibles en el país y en cuya exégesis e interpretación el autor nos aclara que, “a todo lo largo de esta obra se destaca la dominicanidad de Max Henríquez Ureña como identidad de un intelectual cuya recepción en el país ha sido muchas veces resistente, reservada y aun tomada con recelos…”

Aun lo expuesto por el autor en cuanto a las limitaciones para acceder a la bibliografía de don Max, que no le han permitido concluir con la extensa empresa de investigación acometida, en el texto presentado se encuentra la profundidad de análisis, así como la claridad interpretativa del erudito pensamiento y obra de Don Max Henríquez Ureña.

En cada una de las facetas que contiene este texto, a pesar de esa “ausencia de un corpus completo de su obra”, de lo cual se duele el autor, el lector siente que el texto lo acerca a la riqueza y diversidad cultural del eminente hombre de letras del pasado, remozado por el pensamiento fresco y enjundioso de uno de nuestros consagrados investigadores del presente.

Al concluir estas palabras que han envuelto a dos hombres de pensamiento, culto, ambos representantes de diferentes momentos nacionales en el quehacer educativo y difusión de la cultura, consideramos que es de nobleza resaltar la importancia en cuanto a la preservación y difusión de documentos históricos nacionales que ha readquirido este Archivo General de la Nación, bajo cuyo patrocinio se publica el ensayo de Odalís Perez identificado como el volumen CXL.

La presencia en la dirección del AGN de otro hombre de ilustación y reconocimiento general por su compromiso con el quehacer intelectual, la enseñanza y el estudio como lo es el doctor Cassá, le han impreso un nuevo y moderno sello de funcionabilidad a esta venerable Institución para bien de todos a quienes nos atrae el conocimiento de la historia nacional como instrumento para conocer a nuestras personalidades del pasado y sus hechos.