martes, 8 de mayo de 2012

El año de l960 despuntó con el develamiento de un vasto complot que implicaba jóvenes de todo el país; y sorprendentemente muchos de ellos pertenecientes a familias de ferviente devoción trujillista. Las redadas que hacía el Servicio de Inteligencia Militar llevaban a prisión a tantas personas que hubo que improvisar lugares para encarcelamientos; y en medio de este panorama tan trepidante, la Iglesia Católica decidió la lectura en sus iglesias el domingo 31 de enero, de una Carta Pastoral que sacudió los cimientos ya carcomidos del régimen. En ese documento, después de una larga relación de mutuas conveniencias con el régimen, el Clero clamó por el respeto a los derechos humanos y condenó los atropellos y vejámenes con los apresados, y las persecuciones frenéticas que se habían desatado contra los miembros de la organización conspirativa recién descubierta. El país, para aquel momento era un hervidero de conjeturas; de rumores y de temores, cuando seis días después de leído el trascendente memorial eclesial, ocurrió la muerte de la joven dama Pilar Báez de Awad mientras se encontraba al cuidado de prestigiosos médicos por su condición de parturienta. Los vínculos de relación que esa joven y su familia mantenía con el círculo íntimo de Trujillo, llevó el ánimo popular a darle categoría de conjura asesina a su extraña e inesperada muerte, para lo cual la imaginación excitada desde la llegada de las expediciones armadas de junio de l959, tejió una complicada trama de participantes, teniendo como telón de fondo el celo de la pasión amorosa. El espíritu colectivo tan alterado por todo lo que pasaba, daba pie para que las mentes febriles lucubraran cualquier fabulación y esta se volvía creíble en el fértil correr de boca en boca. Al anochecer del 30 de noviembre, o sea, diez meses después, murió en un accidente automovilístico el viudo de la malograda Pilar, el teniente de la Fuerza Aérea, Jean Awad Canaán. Todavía el país no había superado la profunda congoja que le produjo el asesinato de las hermanas Mirabal, enmascarado en un accidente de carretera apenas cinco días antes de que el joven militar estrellara su vehículo contra un camión estacionado en una carretera del sur. La recurrencia del régimen de disimular crímenes políticos con la apariencia de “accidentes automovilísticos” era un recurso sórdido que el oficialismo había utilizado a lo largo de los años. Los casos más recientes lo había sido el de las hermanas Mirabal y el homicidio de Ramón Marrero Aristy, el l7 de julio de l959. Estos asesinatos de Estado se perpetraron en un lapso de apenas l6 meses. Por tanto, cuando ocurrió el real accidente del teniente Canaán, esta ocurrencia fue percibida por quienes difundieron la especie, como un crimen premeditado dentro del ámbito del oficialismo y le brindó a la imaginería la oportunidad para completar con tonalidades shakesperiana, la tragedia cuya primera parte ya había diseñado con la muerte de la desdichada Pilar. El carácter de trama criminal que la leyenda en su momento le atribuyó a aquellos accidentes que acabaron con la vida del joven matrimonio Awad-Báez, se fue acentuando hasta imponerse como verdad, con el respaldo de quienes después de desaparecido el régimen, llevados por el nuevo “espíritu de la época” avalaron el mito de asesinato planificado en esas penosas muertes, sin detenerse a investigar, o por lo menos a dudar en la calificación de trama criminal de aquellos luctuosos accidentes, respetando las declaraciones públicas que ofrecieron personas de respetabilidad presentes al ocurrir aquellas dos tragedias impuestas por el destino. El libro “Pilar y Jean, investigación de dos muertes ocurridas en la era de Trujillo” que el día 3 de este mes de mayo puso en circulación en la Academia Dominicana de la Historia, Naya Despradel, es una investigación exhaustiva que, como bien expuso en la presentación de dicha texto el respetable historiador Frank Moya Pons, “es un modelo de pesquisa que solo encontramos en el ejercicio honrado de algunos detectives profesionales”. La pasión por la objetividad histórica condujo a la autora de esta prolija obra a un gran esfuerzo investigativo para así llegar a conclusiones definitivas en cuanto a las verdaderas causas de aquellas desdichadas muertes. En una sucesión que mantiene un continuo interés, como lo despierta una buena lectura de suspenso, el lector se va adentrando en el texto, a través de toda la documentación y entrevistas que contiene el bien elaborado texto, hasta llegar a las conclusiones, “mas allá de la duda razonable”, en cuanto a las verdaderas causas de aquellas muertes. El libro que comentamos, cumple holgadamente su papel en cuanto a la rectificación histórica que persigue, y hay que felicitar a su autora, no solo por esa tarea que cumplió con dedicación monacal, sino también, por su entereza al escoger un tema que, aunque ya han trascurrido cinco décadas desde su ocurrencia, todavía se mantiene el miedo a tratarlo sin el prejuicio, como sucede con otros tantos asuntos del período trujillista que puedan contradecir juicios que han adquirido la categoría de verdades absolutas, aun cuando en estos destile la pasión y el oportunismo. Fernando Infante Mayo 6, 2012

EL LIBRO DE NAYA DESPRADEL