viernes, 14 de enero de 2011

¿DEMÓCRATAS?

En pocos lugares se habla tanto de democracia, como en nuestro país. En los últimos cuarenta años esa ha sido la mayor prédica; la más continua. Hemos usado tanto esa palabra que su significado entre nosotros se ha adelgazado hasta desdibujarse. Hubo un tiempo, en la triste década de los años setenta, que en nombre de la democracia se cometieron en las sombras de la noche y la claridad del día, en el silencio de las cárceles y la estridencia de las calles, asesinatos de Estado estremecedores hasta llevar al exterminio a aquellos hombres que rechazaban con más vehemencia el gobierno de turno, que representaba precisamente ese sistema que tiene entre sus fundamentos más firmes la libertad de ideas y de expresión.

Nuestros partidos políticos modernos, nada más en sentido cronológico, surgieron cuando una corriente de libertad lavó los pecados trujillistas de esta sociedad, medularmente hipócrita y simuladora. Somos culturalmente antidemocráticos aun cuando lo negamos a diario con la palabra hasta la ronquera, pero lo confirmamos con nuestras actuaciones. En el “hondón del corazón”, frase hermosa que gustaba usar en su vigorosa prosa un viejo periodista del trujillismo, profundamente devoto al Benefactor de la Patria, anida en nosotros una firme devoción por el comportamiento arbitrario e irreverente que se resiste al acatamiento y cumplimiento de la ley.

Como sociedad, nuestra conducta cotidiana exhibe una arrogancia y un ostensible rechazo por el respeto a las reglas de convivencia colectiva que permite la construcción del edificio social de la democracia de que tanto hablamos y decimos reverenciar. Para nosotros, basta la tolerancia a las libertades públicas que nos permite hablar y escribir de cuanto nos venga en ganas, siempre que el editor, dentro de su libre albedrío como empresario democrático, nos conceda la indulgencia de permitir su publicación.

Hasta ahí han llegado nuestras conquistas dentro del régimen de elecciones libres en un ritual obsceno, como la muestra grandiosa de nuestro espíritu democrático, a pesar de las lacerantes carencias de ese pueblo elector que las ha visto acrecentadas con cada período de gobierno democrático escogido para la búsqueda de satisfacción y bienestar de los gobernados. No sólo de los gobernantes, tal como se ha venido observando cada cuatro años.

La democracia es un comportamiento que se va formando día a día entre los individuos. Aquellos ciudadanos que cumplen funciones de Estado tienen la obligación de dar ejemplos que contribuyan a educar en ese modo de vida, más que sistema socio económico. Seguimos viviendo dentro de esa retórica de engaño en todo este tiempo que tanto hemos alardeado de reverenciar y hasta fortalecer este sistema, como algunos desaforados afirman sin ningún rubor.

En nuestro espíritu colectivo, de manera mayoritaria ha estado latente la cultura autoritaria que nos ha llevado a ejercicios de poder arrogante o limitado a su percepción manigüera que, aunque parezca increíble, todavía forma parte de nuestra conducta política. Ya lo dejó entendido nuestro paradigma de maestro político en su celebrado texto “Los Carpinteros” que refleja estampas de nuestro comportamiento en el pasado en actividades políticas, cuando incluyó una maliciosa frase que encierra todo un proceder del dominicano y que no hemos superado hasta el día de hoy: “Si quieres conocer a Nandito, dale un mandito”.

Un respetado pensador social nuestro, en un trabajo sociológico introdujo un curioso término de “arritmia histórica” para ilustrar el desfase que ha tenido el pueblo dominicano en su vida política. Aunque sin base histórica, a eso le atribuye dicho escritor el atraso político y social que hemos demostrado en el curso de nuestra vida como pueblo independiente. Ciertamente ese retardo, más presente en el quehacer político se mantiene fresco y lozano todavía.

Como ejemplo vemos la obsolescencia en las actuaciones de nuestras autoridades civiles y militares y en sus pensamientos y actitudes medalaganarias, en desaire al estado de Derecho que es, en fin de cuenta la Democracia.

Cuando Simón Bolívar, luego de Ayacucho recibió con gran alborozo a quien contribuyó a la formación de su pensamiento libertario durante sus andanzas por Europa, el gran visionario don Simón Rodríguez, éste hombre genial le dijo que de nada serviría fundar repúblicas si no se formaban republicanos.

Los dominicanos tenemos república, pero nos ha faltado hacer los republicanos por mas que queramos demócratas. Eso lo tenemos de viejo sabido. Nuestra democracia es lo que más se acerca a una ópera bufa, o tal vez estemos más bajo, a nivel de teatro de títeres, sin que se vislumbre interés en elevarle de categoría, al contrario.

18 de octubre 2000

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