El viejo concepto de nacionalismo se ha ido desvaneciendo ante el empuje de un mundo que dejó de ser “ancho y ajeno”. La americanización del planeta avanza inexorable. Las juventudes persiguen el sueño americano, y los rasgos distintivos de la nueva cultura se imponen tanto, en las ciudades europeas como en remotas comarcas grandemente diferenciadas en sus niveles de desarrollo.,
La idea más acariciada es el poder vivir y educarse en los Estados Unidos, aun para aquellos ciudadanos de países que han sufrido devastadoras e injustas agresiones de parte de ese poderoso imperio moderno, como lo fue el caso del pueblo de Viet-Nam, según lo destacó un reciente reportaje que publicó el periódico HOY, con motivo de cumplirse veinticinco años de la terminación del conflicto bélico que asoló aquel pobre país asiático agredido por los Estados Unidos.
Hace pocos años un escritor sacudió conciencias académicas y claustros universitarios cuando escribió acerca del fin de la historia y las ideologías. Parece que el mundo ha comenzado en este nuevo siglo a vivir sin ataduras con un pasado histórico. Una nueva concepción de vida en sociedad ha comenzado a tomar formas definidas para moldear la humanidad en una desculturización colectiva que ya se observa en variadas manifestaciones, tales como el vestir informal, los espectáculos masivos de diversión, las comunicaciones y el uso de los mismos productos y alimentos manufacturados como vanguardia avasallante de esa globalización en cuyo umbral se encuentra ahora la humanidad.
Las prédicas nacionalistas suenan vetustas; como recuerdos románticos. Las juventudes no se interesan por su pasado, ni sus rectores por alimentarles sus conciencias históricas. Eso más bien les causa indiferencia. Están nada más atentas al presente. A lograr el único éxito que puede ser posible hoy día: hacer dinero en cualquier forma para poder enfrentar el más grande reto que les ofrece la supervivencia en una lucha despiadada por abrirse camino en una sociedad globalizada altamente competitiva y devoradora.
La idea de nacionalidad se vuelve cada vez más tenue y vaporosa y por tanto se percibe menos ese sentimiento. Los grupos nacionalistas han ido desapareciendo de los escenarios políticos y sociales de los últimos treinta años. Cada vez son más exiguos; están más aislados y tenidos a menos en sus respectivas sociedades, que los aceptan como anticuados representantes de un curioso anacronismo histórico.
Lo actual, lo moderno, lo previsto es un mundo sin fronteras físicas ni ideológicas para poder lograr la mayor libertad de pensamiento, de comunicación y comercio. Hacia eso apunta el siglo y cualquier argumento que roce esta nueva visión no es aceptable debido a la interdependencia que han impuesto las naciones rectoras del mundo, que no permiten desviaciones en el nuevo orden universal en cuyos albores se encuentran los pueblos y que a paso de gigante se impone y avasalla aquellos países de menos significancia y raíces más débiles que los hacen más fáciles y rápidos a la disolución de sus características propias, para convertirse en conglomerados híbridos sin ideología ni historia.
Mario Vargas Llosa, ha sido un ardoroso opositor a las barreras nacionalistas, por entenderlas, como otros intelectuales de fuste, una forma de limitación de la libertad e instrumento ideológico para la castración del desarrollo cultural del individuo. Este exquisito narrador representa ese pensamiento que no siente ataduras nacionalistas ni otra vinculación que pueda limitar al ser humano en la búsqueda de su realización individual.
Con la erudita prosa que da vida a sus ideas en la mayoría de sus ejercicios de literatura, este laureado narrador publicó recientemente en el periódico “Listín Diario”, un ensayo que tituló “Las Culturas y la Globalización”, en el cual despliega ante el lector todo el proceso de cambio que ha venido enfrentando el mundo, llevándolo a una universalidad compartida.
El derrumbe del valladar nacionalista como ideología aisladora y la desaparición de las fronteras físicas se ha convertido en un reto para las nuevas juventudes –según el afamado escritor- porque en la nueva cosmovisión que presenta ese camino podrán hacer suyas otras culturas y acceder sin otros obstáculos que sus particulares limitaciones a otros conocimientos y saberes que las enriquezcan y así mismo les ofrezcan mayores oportunidades de superación, de realizaciones y de bienestar.
Cita Vargas Llosa en su reflexivo trabajo, entre otros ejemplos de posibilidades y logros que presenta la nueva sociedad global, el caso de los hispanos que hasta hace pocas décadas era una comunidad más bien semi aislada y hoy, en cambio, su participación en el quehacer mundial es tomada en cuenta y en los Estados Unidos –donde era marginada- ha adquirido tanta importancia que los candidatos presidenciales actuales han incluido en sus campañas electorales el uso del español.
En esta nueva relación interdependiente entre las naciones y pueblos no resultaría muy fantástico pensar que nuestro conglomerado en pocas décadas, estará mas abigarrado y su negritud más densa, por los fuertes y amplios núcleos que hablarán el patois con sus sonoras inflexiones, junto a otros que seguirán expresándose en un español más degradado todavía, todo en una mezcla inarmónica como sus propios hablantes, que afanarán en toda la isla sin barreras.
11 de mayo 2000
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