Para el martes 30 de mayo de l961, el generalísimo Trujillo al fin se había superado del aquejamiento gripal, que junto a compromisos en que había estado inmerso en el mes de mayo, entre éstos un largo viaje por el suroeste del país, le habían impedido cumplir con su costumbre de viajar a su residencia campestre de San Cristóbal cada miércoles por la noche para permanecer allí por el resto de la semana.
Le hacía falta su querencia, y por eso adelantó el viaje para acogerse al calor íntimo de la Casa de Caoba y encontrarse con su personalidad de hacendado meticuloso y exigente, como también lo era en su ejercicio de gobernante. Allí debía ser informado al amanecer de cuántas botellas de leche habían producido ese día sus vacas, al igual que recibía temprano y puntual el informe de las novedades que habían ocurrido en el país durante la noche.
Su hacienda marchaba con el sello distintivo de su recia personalidad: eficiencia, orden, al igual que en su otra finca que constituía todo el país. En esta última, las cosas habían comenzado a cambiar en los últimos años y la disciplina acostumbrada también había dado muestras de relajación cuando comenzó a soplar un viento fresco de libertad que fue inflando el espíritu del pueblo, hasta alcanzar que espíritus juveniles se inflaran y comenzaran a alterar la paz ominosa que imperaba ene toda la hacienda nacional, a despecho de la cruda represión que fue desatándose para desarticular aquel brote de rebeldía que no se rendía, a pesar del crimen, la tortura y la vejación a que eran sometidos núcleos de disidentes cada vez mas osados y contestatarios.
En este, su último viaje a San Cristóbal, iba algo mortificado; partía mas tarde de la hora que solía hacerlo, había pasado tiempo tratando de localizar por teléfono a su hijo Ramfís que se encontraba en París desde hacia meses. Cuando visitó a su hija Angelita, como hacia cada noche, ella le insistió que no fuera esa noche por que ya era tarde, pero el le dijo que tenía que ir, pues tenía que atender compromisos atrasados en su hacienda.
Ya en camino hacia la muerte es posible que el generalísimo reflexionara sobre los malos días que se encontraba viviendo su régimen en esos nuevos tiempos, y el respondía con la implacable violencia a que estaba acostumbrado. Ya tanto él como su régimen pertenecían al pasado y su actuación no podía ser diferente. Ahora la política regional norteamericana no necesitaba el papel de gendarme anticomunista en el área del Caribe, que él había desempeñado en el pasado. la Iglesia Católica igualmente había dejado de ser su útil aliada y desde la elección del Papa Juan XXIII, había dado muestras de iniciar un distanciamiento del gobierno dominicano.
Su largo y exitoso ejercicio de estadista, labrado por el viejo grupo de hombres de lúcido pensamiento y visión de grandeza para su país no lo acompañaba. Habían desaparecido. El generalísimo, como un viejo gladiador seguía empecinado en la lucha a sabiendas de que no podía sostenerse en la arena. Su régimen vetusto y carcomido se había convertido en una antigüalla histórica sacudida por el ánimo de renovación social y política que se había iniciado en esta parte del mundo cuyos más significados dictadores habían sido desalojados del poder. Dos nuevos gobernantes ambos carismáticos y seductores compartían el liderazgo de América Latina desde sus respectivas posiciones ideológicas. Al inicio de ese mes de mayo, el flamante presidente norteamericano electo en noviembre del año anterior, John Kennedy, le había enviado un enviado suyo para que lo convenciera de dejar el poder.
Estos dos hombres se constituyeron en la gran esperanza para estos pueblos con tan larga tradición de ejercicios de gobierno despóticos y avasallantes. Ambos representaban el binomio ideológico en que se dividía el mundo en aquel momento. Fidel Castro, no bien asumió el control de su gobierno revolucionario habló de que el próximo dictador en caer lo sería Trujillo y, Kennedy, en el discurso en que delineó cual sería la política de su gobierno para Latinoamérica, señaló concretamente que el régimen trujillista no tendría cabida en la Alianza para el Progreso. Los nuevos líderes continentales, aunque diametralmente opuestos en sus concepciones políticas, coincidieron en la necesidad de que Trujillo fuera sacado del poder: uno; enardecido por su espíritu revolucionario propugnaba la violencia, y el otro, por los métodos que la democracia ponía a su disposición.
En esas calamidades que le habían llegado juntas podía haber estado pensando el generalísimo mientras, discretamente el automóvil conducido por su chofer como su único acompañante se desplazaba por la autopista oscura y desolada, para su retiro campestre y allí acogerse a una grata aventura amorosa, en cambio, recibir la delicada atención y el calor humano de su ama de llaves Chichita, vinculada a su afecto filial desde décadas de devoto servicio.
En esos posible juegos de la memoria , quizás el Benefactor de la Patria recordaría que otro 30 de mayo, exactamente 31 años antes, en una radiante mañana, la Asamblea Nacional lo proclamó junto a Rafael Esrella Ureña, aquel vibrante y prestigioso abogado, su compañero de boleta electoral, ganador de las elecciones generales que habían sido celebradas ese mismo mes.
Si acaso esa memoranza, si es que llegó a su mente, pudo establecer una comparación en aquel tiempo ya tan lejano y el tiempo presente. Entonces hubo atropellos, persecuciones y muertes que tuvieron por finalidad consolidar el régimen y establecer un mando unificado y temido La campaña electoral del año l930 fue una mezcla de terror y entusiasta adhesión de núcleos importantes de la colectividad nacional. Sus más destacados opositores fueron perseguidos y amedrentados; pero también., por otro lado, fue inocultable el fervor que despertó en las masas urbanas y rurales su vigor y dotes de ejecutivo, cuyas muestras fueron generalmente conocidas desde su ejercicio en la jefatura del ejército
Estrella Ureña y Desidero Arias, los hombres de más arraigo y simpatías en el Cibao y el noroeste del país contribuyeron decididamente a su triunfo. La apoteosis del recorrido proselitista de los candidatos confederados en toda esa zona fue descrita con destellos de emoción por un joven abogado de reconocida templanza e independencia de juicio llamado Arturo Napoleón Alvarez. Este acompañó a los candidatos en ese recorrido y con viva expresión describió dejó su testimonio de aquellas escenas proselitistas: “Por doquier una caballería, tropas de gente a pie, grupos de hombres que esperaban, camiones que corrían repletos de hombres que vociferaban. En Puerto Plata del montón de cabezas masculinas se abrían paso como soles los ojos encantadores de la mujer puertoplateña”.
En la ciudad de Santiago, el momento electoral fue una fiesta continua. “Desde la madrugada tres orquestas recorrían las calles llevando alegría a los ciudadanos, invitándoles a concurrir a las urnas y en la noche anterior, Estrella Ureña, querido por todos y despejado, tomaba el freso en el parque rodeado de sus amigos, quienes se encantaban con su charla culta y grandilocuente. Y en la capital, la llegada el brigadier Trujillo, de ese último recorrido también fue un desborde popular de alegría y fervor de las huestes trujillistas que, como las exhortó el periodista Jacinto T. Pérez desde el diario La Opinión marcharon a votar “A paso de Vencedores”
El generalísimo pudo haber estado entretenido en esos recuerdos nostálgicos, sobre todo por la conducta mentalmente errática que había estado mostrando a medida que el control de la situación presente se le escapaba de las manos. Pero hubiese sido amargo para él pensar que en aquel mes de mayo de l930, sus andanzas por el país correspondían a un hombre joven, resoluto, que despertaba en el pueblo optimismo por su estrategia de triunfo, que incluía prometerle al pueblo lo que este ansiaba escuchar: “Bajo mi gobierno, el respeto a la ley y a la igualdad ante ésta de todos los ciudadanos aspiro a que no sea un mito o la simple e incumplida promesa de un candidato ganoso de obtener los sufragios populares…”
En estos últimos meses también había viajado por todo el país, pero ahora estaba agotado y no tenía argumentos para enfrentar la demanda de respeto a la vida, de paro a los encarcelamientos y las vejaciones que se cometían contra quienes se oponían a su ejercicio despótico de tres décadas. Su ciclo de gobierno se cerraba con dolor y sangre, como había comenzado, solo que aquella vez lo justificaba como la manera de establecer la paz que le permitiría crear bases para el necesario progreso y desarrollo que tanto necesitaba el país, según expresaban los hombres de pensamiento más esclarecido que entraron a servir en su gobierno. Ahora, Trujillo había viajado con intensidad, para manejar la estrategia de la derrota ante el agotamiento de su régimen agonizante, dispuesto a desaparecer en medio de una sinfonía de miedo, incertidumbre y terror.
En fecha 28 de mayo de 2003
Para el martes 30 de mayo de l961, el generalísimo Trujillo al fin se había superado del aquejamiento gripal, que junto a compromisos en que había estado inmerso en el mes de mayo, entre éstos un largo viaje por el suroeste del país, le habían impedido cumplir con su costumbre de viajar a su residencia campestre de San Cristóbal cada miércoles por la noche para permanecer allí por el resto de la semana.
Le hacía falta su querencia, y por eso adelantó el viaje para acogerse al calor íntimo de la Casa de Caoba y encontrarse con su personalidad de hacendado meticuloso y exigente, como también lo era en su ejercicio de gobernante. Allí debía ser informado al amanecer de cuántas botellas de leche habían producido ese día sus vacas, al igual que recibía temprano y puntual el informe de las novedades que habían ocurrido en el país durante la noche.
Su hacienda marchaba con el sello distintivo de su recia personalidad: eficiencia, orden, al igual que en su otra finca que constituía todo el país. En esta última, las cosas habían comenzado a cambiar en los últimos años y la disciplina acostumbrada también había dado muestras de relajación cuando comenzó a soplar un viento fresco de libertad que fue inflando el espíritu del pueblo, hasta alcanzar que espíritus juveniles se inflaran y comenzaran a alterar la paz ominosa que imperaba ene toda la hacienda nacional, a despecho de la cruda represión que fue desatándose para desarticular aquel brote de rebeldía que no se rendía, a pesar del crimen, la tortura y la vejación a que eran sometidos núcleos de disidentes cada vez mas osados y contestatarios.
En este, su último viaje a San Cristóbal, iba algo mortificado; partía mas tarde de la hora que solía hacerlo, había pasado tiempo tratando de localizar por teléfono a su hijo Ramfís que se encontraba en París desde hacia meses. Cuando visitó a su hija Angelita, como hacia cada noche, ella le insistió que no fuera esa noche por que ya era tarde, pero el le dijo que tenía que ir, pues tenía que atender compromisos atrasados en su hacienda.
Ya en camino hacia la muerte es posible que el generalísimo reflexionara sobre los malos días que se encontraba viviendo su régimen en esos nuevos tiempos, y el respondía con la implacable violencia a que estaba acostumbrado. Ya tanto él como su régimen pertenecían al pasado y su actuación no podía ser diferente. Ahora la política regional norteamericana no necesitaba el papel de gendarme anticomunista en el área del Caribe, que él había desempeñado en el pasado. la Iglesia Católica igualmente había dejado de ser su útil aliada y desde la elección del Papa Juan XXIII, había dado muestras de iniciar un distanciamiento del gobierno dominicano.
Su largo y exitoso ejercicio de estadista, labrado por el viejo grupo de hombres de lúcido pensamiento y visión de grandeza para su país no lo acompañaba. Habían desaparecido. El generalísimo, como un viejo gladiador seguía empecinado en la lucha a sabiendas de que no podía sostenerse en la arena. Su régimen vetusto y carcomido se había convertido en una antigüalla histórica sacudida por el ánimo de renovación social y política que se había iniciado en esta parte del mundo cuyos más significados dictadores habían sido desalojados del poder. Dos nuevos gobernantes ambos carismáticos y seductores compartían el liderazgo de América Latina desde sus respectivas posiciones ideológicas. Al inicio de ese mes de mayo, el flamante presidente norteamericano electo en noviembre del año anterior, John Kennedy, le había enviado un enviado suyo para que lo convenciera de dejar el poder.
Estos dos hombres se constituyeron en la gran esperanza para estos pueblos con tan larga tradición de ejercicios de gobierno despóticos y avasallantes. Ambos representaban el binomio ideológico en que se dividía el mundo en aquel momento. Fidel Castro, no bien asumió el control de su gobierno revolucionario habló de que el próximo dictador en caer lo sería Trujillo y, Kennedy, en el discurso en que delineó cual sería la política de su gobierno para Latinoamérica, señaló concretamente que el régimen trujillista no tendría cabida en la Alianza para el Progreso. Los nuevos líderes continentales, aunque diametralmente opuestos en sus concepciones políticas, coincidieron en la necesidad de que Trujillo fuera sacado del poder: uno; enardecido por su espíritu revolucionario propugnaba la violencia, y el otro, por los métodos que la democracia ponía a su disposición.
En esas calamidades que le habían llegado juntas podía haber estado pensando el generalísimo mientras, discretamente el automóvil conducido por su chofer como su único acompañante se desplazaba por la autopista oscura y desolada, para su retiro campestre y allí acogerse a una grata aventura amorosa, en cambio, recibir la delicada atención y el calor humano de su ama de llaves Chichita, vinculada a su afecto filial desde décadas de devoto servicio.
En esos posible juegos de la memoria , quizás el Benefactor de la Patria recordaría que otro 30 de mayo, exactamente 31 años antes, en una radiante mañana, la Asamblea Nacional lo proclamó junto a Rafael Esrella Ureña, aquel vibrante y prestigioso abogado, su compañero de boleta electoral, ganador de las elecciones generales que habían sido celebradas ese mismo mes.
Si acaso esa memoranza, si es que llegó a su mente, pudo establecer una comparación en aquel tiempo ya tan lejano y el tiempo presente. Entonces hubo atropellos, persecuciones y muertes que tuvieron por finalidad consolidar el régimen y establecer un mando unificado y temido La campaña electoral del año l930 fue una mezcla de terror y entusiasta adhesión de núcleos importantes de la colectividad nacional. Sus más destacados opositores fueron perseguidos y amedrentados; pero también., por otro lado, fue inocultable el fervor que despertó en las masas urbanas y rurales su vigor y dotes de ejecutivo, cuyas muestras fueron generalmente conocidas desde su ejercicio en la jefatura del ejército
Estrella Ureña y Desidero Arias, los hombres de más arraigo y simpatías en el Cibao y el noroeste del país contribuyeron decididamente a su triunfo. La apoteosis del recorrido proselitista de los candidatos confederados en toda esa zona fue descrita con destellos de emoción por un joven abogado de reconocida templanza e independencia de juicio llamado Arturo Napoleón Alvarez. Este acompañó a los candidatos en ese recorrido y con viva expresión describió dejó su testimonio de aquellas escenas proselitistas: “Por doquier una caballería, tropas de gente a pie, grupos de hombres que esperaban, camiones que corrían repletos de hombres que vociferaban. En Puerto Plata del montón de cabezas masculinas se abrían paso como soles los ojos encantadores de la mujer puertoplateña”.
En la ciudad de Santiago, el momento electoral fue una fiesta continua. “Desde la madrugada tres orquestas recorrían las calles llevando alegría a los ciudadanos, invitándoles a concurrir a las urnas y en la noche anterior, Estrella Ureña, querido por todos y despejado, tomaba el freso en el parque rodeado de sus amigos, quienes se encantaban con su charla culta y grandilocuente. Y en la capital, la llegada el brigadier Trujillo, de ese último recorrido también fue un desborde popular de alegría y fervor de las huestes trujillistas que, como las exhortó el periodista Jacinto T. Pérez desde el diario La Opinión marcharon a votar “A paso de Vencedores”
El generalísimo pudo haber estado entretenido en esos recuerdos nostálgicos, sobre todo por la conducta mentalmente errática que había estado mostrando a medida que el control de la situación presente se le escapaba de las manos. Pero hubiese sido amargo para él pensar que en aquel mes de mayo de l930, sus andanzas por el país correspondían a un hombre joven, resoluto, que despertaba en el pueblo optimismo por su estrategia de triunfo, que incluía prometerle al pueblo lo que este ansiaba escuchar: “Bajo mi gobierno, el respeto a la ley y a la igualdad ante ésta de todos los ciudadanos aspiro a que no sea un mito o la simple e incumplida promesa de un candidato ganoso de obtener los sufragios populares…”
En estos últimos meses también había viajado por todo el país, pero ahora estaba agotado y no tenía argumentos para enfrentar la demanda de respeto a la vida, de paro a los encarcelamientos y las vejaciones que se cometían contra quienes se oponían a su ejercicio despótico de tres décadas. Su ciclo de gobierno se cerraba con dolor y sangre, como había comenzado, solo que aquella vez lo justificaba como la manera de establecer la paz que le permitiría crear bases para el necesario progreso y desarrollo que tanto necesitaba el país, según expresaban los hombres de pensamiento más esclarecido que entraron a servir en su gobierno. Ahora, Trujillo había viajado con intensidad, para manejar la estrategia de la derrota ante el agotamiento de su régimen agonizante, dispuesto a desaparecer en medio de una sinfonía de miedo, incertidumbre y terror.
En fecha 28 de mayo de 2003
miércoles, 19 de enero de 2011
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