Hace muchos años entramos en contacto con ese universo de cultura y sapiencia que prodigaba como un “globo de colores”, Arturo Uslar Pietri, en la columna “Pizarrón”, publicada en los principales periódicos de Latinoamérica. Recortamos por mas de diez años esos luminosos ensayos que entonces publicaba “El Caribe”, por la fascinación que nos producía su prosa desbordante de donosura y siempre con la intención didáctica que, por encima de todos sus elevados atributos, caracterizó a ese gran pensador, “una de las inteligencias más lúcidas de América”, según nos la definió una vez un dominicano de ricos y diversos saberes como lo fue José Antonio Caro Alvarez.
Nos arriesgamos a la petulancia al decir, que de don Arturo, intentamos aprender a escribir y en ese esfuerzo tener presente su profundo respeto en el ordenamiento de las ideas y las referencias personales. Los libros que publicó ese insigne venezolano; ese mundo extraordinario de conocimientos que aportó al patrimonio cultural., invaluable para los lectores de este Continente, ha sido la fuente principal para nuestro entusiasmo y dedicación al inacabable aprendizaje en la jornada de la vida, que para él fue larga y fecunda; enaltecedora de la condición humana y de su Venezuela, a la que sirvió con abnegación procera.
El ll de febrero del año l998, publicamos en este diario que acoge con generosidad nuestros trabajos, uno artículo que trató acerca de la decisión que había tomado el luminoso escritor de suspender su columna “Pizarrón”, la cual había venido publicando por cerca de cincuenta años, porque había llegado el momento de iniciar lo que él consideró “esa dura etapa de la vida que es el repliegue”.
Ahora, en su recuerdo; y atribuyéndome la representación de quienes tanto le debemos, escribimos esta columna para despedirlo definitivamente, y, en sustitución de nuevas palabras que no encontramos como ordenarlas por medio de la escrita debido a la pesadumbre que nos ha ocasionado su muerte, nos permitimos reproducir parte del artículo anterior que citamos:
“Hablar de Arturo Uslar Pietri, es referirse a: “la inteligencia mejor organizada y mejor amueblada de todo el siglo XX venezolano”, si aceptamos el juicio que sobre él emitiera ese otro maestro de las letras que fue el exquisito escritor Miguel Otero Silva. En su largo y provechosa existencia, don Arturo, prodigó su vasto y profundo saber de forma generosa y extendida. Ningún conocimiento literario se le escapó. La novela, la poesía, los cuentos, el ensayo y el drama los cultivó con un despliegue de galanura y estética que engrandecía más todavía su sapiencia impresionante.
Muchos de sus cuentos figuran en las más rigurosas selecciones. En este género, nos inclinamos, ante la tentación de citar alguno, por “La Lluvia”, en el que sumerge de manera embriagante al lector en un ambiente en el que se percibe la fuerte presencia telúrica en el marco de esa belleza y fantasía inigualable, que tanto ha sabido expresar el escritor latinoamericano y que, él mismo en un momento definiera como “realismo mágico”.
Sus novelas históricas han ocupado un espacio luminoso y “Las Lanzas Coloradas”, donde el lector se siente cabalgando junto al terrible José Tomás Boves, abrió las puertas al reconocimiento de la novela latinoamericana en todo el mundo, según expresara hace algunos años otra cumbre de la literatura, como lo es Mario Vargas Llosa. Hacía cincuenta años que este ese hombre de excepción que fue don Arturo, había comenzado a escribir para la prensa de manera regular. Su labor periodística desde entonces fue extensa y diversa. Por medio de sus artículos prodigó parte de su saber enciclopédico de manera didáctica como el pedagogo que siempre fue ese nobilísimo venezolano quien también marcó hito en la difusión de cultura accesible al gran público, durante los años que mantuvo en la televisión de Venezuela su programa “Valores Humanos”.
En su columna “Pizarrón”, a la que acostumbró tantos lectores de periódicos de Latinoamérica durante la segunda mitad de este siglo que se hunde en el ocaso, sus exposiciones políticas, filosóficas, sociales y culturales han servido de orientación e iluminación a quienes hemos tenido el privilegio de leerlo y aprender de sus ponencias revestidas de hondo sentido humano y de reflexión aun cuando ha tocado temas con agudas aristas, como lo ha sido el empobrecimiento de su patria por el despilfarro y la poca previsión que han tenido sus gobiernos para el manejo juicioso de la descomunal riqueza proporcionada por el petróleo, algo que constituyó una vertical y apasionada preocupación de este estadista, algo que ha dejado expuesto con su hondo sentido patriótico desde aquellos lejanos años cuando acuñó como una consigna premonitoria que alertara a los gobernantes de su país, su histórica frase “Sembremos el Petróleo”, título de un editorial que publicara en el periódico caraqueño “El Nacional”.
Ahora que don Arturo se repliega y “Pizarrón” desaparece, siento que me distancio de un viejo amigo con quien he compartido de manera íntima durante muchos años. Con el retiro de “Pizarrón”, no oculto decir que me inquieta el alma un dejo de tristeza. Por más de veinte años me he asomado a esa ventana de iluminación e ilustración para tratar de fecundar con su savia bienhechora mi espíritu y mi magro intelecto. Ahora que esa ventana se cierra, me siento como un niño que, fascinado ante la magia diversa y multicolor que le ofrece un prestidigitador, experimenta desazón cuando de repente la función termina.
Cuando murió Julio Verne, un diario parisiense publicó a grandes titulares que había muerto uno de los Reyes Magos. Alguien comentó que ese era el mejor homenaje que se podía rendir al genial escritor. Hacemos propio el encabezado de aquel diario para expresar de la manera mas breve posible, lo que significó para nosotros el escritor desaparecido el lunes 26 de este mes de febrero del año 2001
2 de marzo del 2001
martes, 7 de diciembre de 2010
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