El Estado dominicano confirma cada vez que no está organizado para enfrentar con eficiencia sus propias responsabilidades. Los gobiernos que lo han representado, con las conocidas excepciones, nada más se han ocupado del disfrute del poder y el relumbrón. Las instituciones públicas se han desenvuelto en una rutina marcada por la inercia cuando no por la improvisación, el capricho y la voluntad medalaganaria.
Las medidas intempestivas y emocionales que se han dispuesto con la finalidad aparente de enfrentar la delincuencia y que ocupan ahora los mayores comentarios, es otra prueba de esa incapacidad, que a veces llega a la irracionalidad, como lo ha sido la aplicación del decreto que arrastra de forma olímpica, determinados derechos ciudadanos que son fundamentos del sistema democrático que tanto se ufanan en sostener las autoridades.
No es dando hachazos en el agua, como reza un viejo refrán haitiano, que se van a resolver los problemas del país, los cuales cada vez se presentan más dramáticos y de proporciones romanas para su solución.
Mantener el cierre de los negocios de diversión y consumo de bebidas alcohólicas después de la medianoche tiene que resultar insostenible, a menos que se quiera correr el riesgo de quebrar la dinámica vida nocturna, que con su alegría y desparpajo ofrece una simpática imagen del país y su gente, aparte del solaz que eso proporciona a un pueblo agobiado de problemas y carencias.
Tampoco se debe ignorar que concurrir a divertirse a lugares públicos en las altas horas de la noche es consecuencia propia del cambio social que ha experimentado la sociedad dominicana en las últimas décadas, por lo que, “salir tarde” se ha vuelto habitual, sobre todo, en la juventud criolla de todos los niveles sociales. ¡Culpas del tiempo son y no de España!
Las disposiciones empleadas para frenar la delincuencia, al tenor del decreto recién promulgado, obviamente están impulsadas por el nerviosismo ante el crimen, que de forma gradual nos ha estado envolviendo desde hace años y los gobiernos de turno no han elaborado programas para enfrentar con sentido común y lógica, por su falta de visión de largo plazo. Ahora vienen a valerse de la prisa y la improvisación y como consecuencia, no han medido los resultados negativos, tanto en lo social como en lo económico, que ocasionan las batidas del cierre de negocios dedicados a expendio de bebidas, por brigadas oficiales en función coercitiva.
Las decisiones apresuradas como para salir del paso, por lo regular tienden a dar resultados erráticos, y a veces, hasta ridículos, como ocurrió poco antes de Trujillo visitar el Vaticano, allá por el año l954. El gobierno quiso enviar un mensaje a la Santa Sede que reflejara la moralidad y conducta social que imperaba en el pueblo dominicano y no encontró otra muestra que disponer el apresamiento de las prostitutas. Tan atropellante medida tuvo como complemento la detención de vagos, chulos y homosexuales bien conocidos en aquellas zonas, para ser enviados a la zona arrocera a del nordeste a recoger la cosecha del grano. Tan expeditiva acción, no del todo sorprendente, dada la naturaleza del régimen, llevó a los barrios altos donde se encontraba la mayor parte de las zonas de tolerancia de la ciudad capital y otras ciudades, a cubrirse bajo un manto forzado de silencio y contenido disgusto generador de sordas críticas.
Los cafetines languidecieron; los bares de chinos callaron sus velloneras y la alegría del bolero y el danzón desapareció. Por contagio, los cines de aquellos lugares vieron su asistencia muy disminuida, así como los puestos de frituras en las esquinas, las fondas y los hoteluchos de esos sectores sufrieron la embestida que la disparatada disposición les acarreó.
Cuando la vida alegre se volvió triste por la causa comentada y las consecuencias económicas adversas que ello representaba para esos negocios algunos funcionarios fueron cancelados y la odiosa medida fue anulada. El escape social que significaba para un pueblo aherrojado la vida bohemia con sus agradables pecados de romo y sexo, volvió y de nuevo se bebió y bailó al compás del son y la guaracha.
La aplicación del Decreto que ha motivado este artículo, hasta ahora, lo único que ha producido claramente, fuera de los perjuicios económicos al sector afectado que ya exponen los perjudicados, es la tranquilidad en los vecindarios donde existen colmadones; pero, para evitar las molestias de los ruidos altos que salen de esos negocios estridentes, debería haber otras medidas menos onerosas en todo sentido, que no sea, precisamente, como matar mosquitos a cañonazos, sino fuera por la triste condición de ineptitud que arrastra nuestro Estado y por extensión los gobiernos que lo representan.
6 de agosto de 2006
miércoles, 8 de diciembre de 2010
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