Juan Bolívar Díaz, es una de nuestras sobresalientes reputaciones consagradas a la “defensa de los valores fundamentales de la democracia, la libertad y el desarrollo humano social y armonioso”, tal como el mismo se reconoce en un artículo publicado en este periódico HOY, el pasado 23. Su quehacer periodístico ha sido fecundo y siempre encaminado dentro de estos elevados ideales, realizando su labor con una respetabilidad que la sociedad dominicana no le ha escatimado en reconocerle.
En este artículo dicho periodista resume su intervención en una reunión del más alto nivel público y financiero, con directores de medios de comunicación social. Su participación, tal como expone en la exégesis publicada, fue contra el pesimismo que abate importantes sectores del país. Su apelación fue una vehemente invocación al optimismo y a la superación del sentimiento derrotista que se advierte en algunos liderazgos y entre comunicadores sociales. Estos últimos, a juicio de Díaz, no deben trasmitir ese estado de ánimo, ni tampoco tal sentimiento debe ser difundido por la radio y la televisión que “tienen una misión doblemente educativa y promotora de las energías sociales”.
Entiendo la validez del recordatorio que hizo, en cuanto a la función de los medios de comunicación el experimentado hombre de prensa. Sin embargo, por nuestra ignorancia, a la cual no escapan los asuntos del periodismo, obviamente, nos preguntamos si acaso los periódicos y emisoras de radio y de televisión no basan su principal razón de ser en actuar como resonancias de la sociedad y a la vez auditores de la misma.
De ahí, creemos entender la importancia que adquiere la libertad de prensa e información y las luchas por ese derecho. Si por nuestros medios de comunicación de masas se difunden acontecimientos pesarosos y derrotistas, es porque la sociedad los incuba, los genera. La fiebre no está en la sábana, como no está en los comunicadores la culpa por difundir noticias que puedan ser consideradas desagradables o inoportunas para algunos sectores. La prensa, por sus distintos canales ofrece en sus crónicas, análisis y exposiciones que representan un amplio fresco de la sociedad en su conjunto. ¿Acaso el lenguaje soez que cada vez se usa y tolera más en los medios radiales y televisuales no responde a la complacencia hacia un segmento de la población que disfruta ese desenfado?
Los “problemas de fondo” de la sociedad no se resolverán con prédicas ni exhortaciones para que sea difundido un optimismo huero, beato. Todos conocemos la vieja y manoseada expresión que habla del infierno y sus calles empedradas de buenas intenciones. Solo la vitalidad, la energía y el esfuerzo sin pausas entre los sectores sociales y económicos en búsqueda sincera del bienestar colectivo, bajo un liderazgo del Estado que les sirva de estímulo a aquel sector y sin que se advierta subordinación oficial a intereses o grupos, puede romper los entuertos que se encuentran ya fosilizados por cuatro décadas de contubernio entre los usufructuarios del poder nacional. Si esto ocurriere, es seguro que desaparecería la sensación pesimista que tiende a cubrir cada vez más a mayor número de dominicanos.
El pesimismo tiene causas concretas y por lo regular se hace mas evidente cuando los pueblos parecen haber perdido el rumbo por causa de sus debilidades dirigenciales o por la ausencia de normas claras y definidas en su conducción. También el optimismo tiene sus razones de ser e invade espontáneo el espíritu de los pueblos cuando sus líderes se muestran decididos a lograr verdaderas transformaciones y muestran templanza con ejecutorias lúcidas en búsqueda sincera del engrandecimiento nacional. Estados Unidos y Alemania, en los primeros años treinta, pueden ser considerados ejemplos de esperanza y entusiasmo optimista.
La República Dominicana se insufló de ese estado de ánimo resplandeciente a la firma del Tratado de Evacuación, pero le faltó altura de miras y desprendimiento a sus líderes en aquel momento para encauzar el país en un esfuerzo mancomunado de superación.
En l961, volvió a renacer ese esperanzador sentimiento ante la caída del César. Pero nuevamente el contubernio de los líderes, apandillados en desaire a las aspiraciones colectivas de verdadero cambio social que esperaba el pueblo, frustraron aquel estado de optimismo colectivo con sus muestras de egoísmos y ambiciones grupales. Invitar a contagiarse de optimismo vacío es un derecho de quien lo hace, pero pedir a quienes no se entusiasman ni encuentran base para compartirlo a que abandonen su país; el país de todos, es tal vez un exceso en el que subyace cierta intolerancia, tal vez generada por la frustración ante un liderazgo nacional que no acaba de cuajar en realizaciones conducentes a derroteros ciertos y precisos, a pesar de tantas y recurrentes invocaciones.
Ese procedimiento tampoco muestra una postura a tono con quien ha sabido llevar una honrosa carrera periodística constelada de logros y respeto público, por su gallarda y sostenida defensa de la democracia, vale decir, respeto al derecho a disentir entre otras cosas que conforma el sistema político en que creemos desenvolvernos, que no es precisamente nada mas el ritual que cumplimos cada cuatro años, celebrando elecciones plagadas de vicios y secuestradas por las corporaciones de ayuda mutua que tenemos disfrazadas de partidos políticos mayoritarios.
11 de marzo del año 2003
martes, 7 de diciembre de 2010
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