Cuando Poncio Pilatos asumió el cargo de Prefecto romano en Judea, jamás pudo pensar que llegaría a verse envuelto en una querella político religiosa con los celosos dirigentes espirituales de aquel pueblo díscolo y conflictivo, hecho por el que su recuerdo se mantendría vivo durante los dos mil años que han trascurrido de aquel acontecimiento, y es posible que así siga por los siglos de los siglos.
La tarde del viernes 3 de abril del año 33 d.c. concluyó el juicio en que el celo religioso, el chantaje político y lo que ahora se llama manipulación de las masas se orquestaron para no dejar al prefecto Pilatos, otro camino que no fuera la condena a muerte del predicador Yeshu.
Según el magnífico libro del escritor Paul L. Maier, que recoge la vida de aquel funcionario romano, y que nos ha servido para elaborar este trabajo periodístico, Poncio Pilatos, era un alto miembro de la “clase ecuestre”, lo que llamamos en este tiempo la burguesía. Hombre de excelente educación, amigo y compañero de Elio Sejano, el Comandante de la Guardia Pretoriana, a quien el príncipe Tiberio le había concedido toda su confianza además de un gran poder. Sejano era hombre de ambiciones apenas disimuladas; colocaba a sus amigos en buenas posiciones y así llevó a Poncio Pilatos al cargo de representante de Roma en Judea.
Tan pronto estuvo al tanto de sus funciones su inteligencia y perspicacia lo llevaron a comprender que su jefatura en aquella hostil región estaría plagada de escollos, por lo que tendría que mantener su sentido de la prudencia todo el tiempo alerta, lo que pudo comprobar a causa de un incidente aparentemente trivial, como lo fue la colocación de unos estandartes de la Legión Antonio, bajo su control, en un lugar que los judíos consideraron una irreverencia a sus creencias religiosas.
El chisme se alargó, tomó cuerpo y llegó hasta Roma, desde donde le ordenó el César el retiro de los estandartes, lo que constituyó una humillación para el Prefecto ante sus poderosos enemigos, entre ellos el taimado, inteligente y ambicioso Tetrarca de Galilea, Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, y quien aspiraba a que el César lo elevara a monarca para tener también jurisdicción sobre Judea.
Sejano era antisemita visceral y en su interés por ver la zona palestina romanizada, incitaba a su protegido a decisiones que menoscabaran la autoridad de los sacerdotes. Una de esa medidas que tomó Pilatos para agradar a su protector fue retirarle al Gran Sanedrín su derecho a aplicar la ejecución en las casos de condena a la pena de muerte, prerrogativa que tenía ese tribunal cuando los judíos cometían hechos merecedores de esa condena.
En el quinto año de ejercicio de prefecto para Pilatos tuvo lugar el descubrimiento de la conspiración de Sejano contra Tiberio, quien reaccionó como era la costumbre; de forma expedita y sin debilidades. En un festival de terror fueron eliminados todos los comprometidos en la conjura, sus familias y hasta aquellos que presentaban la menor sospecha de haber tenido alguna vinculación con el caído, sin faltar las víctimas inocentes, fruto de las venganzas e intereses personales.
La conspiración frustrada de Sejano tuvo repercusión en todo el imperio y a partir de ese momento, Pilatos comenzó a caminar sobre el filo de la navaja.
Evidentemente, había caído en desgracia política y sus enemigos en Judea, intensificaron las zancadillas al prefecto, esta vez fortalecidos por la desaparición del hombre que desde Roma había estado incitando a Pilatos a tomar medidas que llevaran los judíos a un mayor sometimiento.
Poco después de esos terribles acontecimientos políticos ocurridos en la capital del Imperio, cuando todavía estaban frescas sus terribles consecuencias, apareció en Galilea “un hombre de cabellos largos y barba, con ropa limpia”, que se hacía llamar enviado de Dios, por lo que sería acusado ante los miembros del Sanedrín de agitador y practicante de hechicería contra la fe religiosa de Israel.
El 22 de febrero de ese año 33, fue ordenado su arresto en todos los pueblos de Judea y unos cuarenta días después llevado a juicio. Fue condenado a la pena capital por el tribunal religioso y siguiendo la ley romana buscaron la aplicación de esa pena con el Prefecto de Roma, quien había despojado de ese derecho al tribunal judío algún tiempo atrás, como ya expusimos. Por eso se vio Poncio Pilatos involucrado en ese juicio engorroso entre fanáticos religiosos y en su momento lamentaría con amargura haber privado a los sacerdotes judíos de aquella responsabilidad.
Los acusadores, en conocimiento de que el Prefecto no condenaría a un hombre por cuestiones de religión, agregaron acusaciones políticas e incluso llegaron a amenazar a Pilatos con apelar al propio Tiberio si la sentencia no era confirmada, pues, según los sacerdotes, el acusado, además de subversivo, se hacía llamar Mesías, o sea, rey lo que implicaba la acusación de alta traición, el peor crimen que contemplaba la ley romana. El mismo delito, todavía fresco en la memoria, que había sido aplicado a su protector Sejano y sus centenares de amigos y compañeros envueltos en la conspiración contra Tiberio. Fue una jugada maestra de los sacerdotes del Sanedrín, pues pusieron al Prefecto a escoger entre su carrera de funcionario del Imperio y , hasta su propia vida o la salvación de un profeta desconocido.
Pilatos comprendió que lo habían derrotado los políticos y religiosos de Judea. No obstante, hizo todo lo posible por liberar al predicador, aun cuando el acusado no lo ayudaba, negándose en todo momento a defenderse de las acusaciones que le hacían, lo que realmente exasperaba al Prefecto. “su conciencia no le permitía condenar a un hombre inocente, así que renovó sus esfuerzos por liberar a Jesús, aun a pesar de la intransigente actitud de la gente. Se preguntó hasta que punto la multitud era una comparsa reunida por la parte acusadora.”
Como último esfuerzo, presentó a la turba que escogiera entre el predicador y un asesino rebelde llamado Barrabás, haciendo uso de un recurso que contemplaba el calendario judío, el que consistía que, en cada pascua tenía como costumbre liberar a un prisionero escogido por la gente. Recordó a la multitud que se encontraba reunida ante la plaza a la espera de que terminara el juicio que expresara su preferencia para la amnistía del prisionero y ante el estruendo pidiendo a Barrabás, el procurador quedó atónito. Había quedado totalmente sin posibilidad de evadir la condena del Nazareno.
Publicado en la revista “Temas”,
Del periódico HOY,11-4-98
miércoles, 8 de diciembre de 2010
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