Ahora que ha muerto don Pedro Justiniano Polanco, afectuosamente conocido por todos como Don Pepé, surge claro entre los recuerdos de mi niñez, su figura juvenil, alta, delgada y atractiva, más aún por la sonrisa fácil que exhibía a quien de niño se lo encontraba algunas tardes mientra caminaba por la avenida José Trujillo Valdéz.
Pepé, entonces era un joven locutor de cantarina voz que compartía con una constelación de hombres de la radio, quienes, al igual que él, al correr del tiempo se convertiría en leyenda de la radio-difusión nacional.
Había llegado a la ciudad capital en los primeros años de la década del cuarenta desde su Macorís del Mar y de poetas, para, con la poesía de su voz dulce y clara abrirse paso en ese mundo artístico y radial; alegre y anecdótico, compuesto por un círculo estrecho, solidario y rebosante de bohemia romántica de aquellos hombres pioneros de la radio que fueron desbrozando el camino con su labor casi artesanal para que otras generaciones continuaran esa actividad y llevaron al desarrollo que ha alcanzado en el ámbito de la sociedad dominicana.
De aquel grupo privilegiado de forjadores de la radio difusión como lo fue él, me decía apenas unos días, quedaban muy pocos y entre estos Alfonso Martínez y Gustavo Guerrero Pichardo, con quien un mediodía salió aprisa para el manicomio de Nigua en busca de los despojos de Eduardo Brito, muerto con las manos destrozadas por sus acometidas a puñetazos contra las paredes de su celda, debido a la violencia que lo impulsaba su locura, porque, entre las muchas virtudes de Pepé Justiniano tenía muy hondo se encontraba el aprecio por la amistad.
Igualmente se afincaba en su alma la vocación de servicio. Por esa cualidad fue entusiasta en la propulsión de artistas ante don Emilio Aparicio aquel primer y gran director del Cuadro de Comedias de Bellas Artes que este maestro organizó en el país. También, Pepé llevó de la mano entonces y mucho tiempo después cuando dirigía la Voz del Trópico y más tarde, en su emisora Radio Continental, a muchos jóvenes que habían escogido la locución como actividad profesional y hoy día algunos de ellos alcanzan destacada posición de éxito entre el círculo de locutores nacionales..
Pepé, gracias a su gran equilibro emocional fue un consumado moderador, por lo que pudo muchas veces morigerar actitudes que evitaron conflictos debido a los roces por intereses que en determinadas circunstancias surgen en casi toda actividad humana, las veces estuvo al frente de la Asociación Dominicana de Radiodifusoras, entidad de la cual fue fundador y dedicó su mayor empeño.
La vida de Pepé, séame permitido seguir con este tratamiento tan informal, debido al sentido afecto entre nosotros y nuestras familias, fue rica en experiencias. Ya debe estar celebrando con aquellos poetas que fueron sus compañeros, Héctor Díaz y Freddy Miller Otero y aquel locutor de voz acrisolada que fue Dín Soler y el polifacético Max Reinoso, entre tantos que le precedieron en el viaje a la eternidad y dieron colorido a toda una época de la radio nacional.
Su reencuentro con estos entrañables amigos suyos, seguro que será celebrado como acostumbraban hacerlo en vida; salpicado con las chispeantes anécdotas que tanta gracia dieron a sus vidas con las cuales se podría hacer un volumen que recrearía la fantasía luminosa en aquel Trocadero donde derrochaban su bohemia, y la emisora HIZ., de Frank Hatton, el primero, centro de recreación y lugar preferido para peñas de artistas y poetas; y el otro, la radio-emisora que representó en la primera parte de esa década de los años cuarenta el centro artístico popular y radio-difusión más apreciada por la población capitaleña de aquel tiempo, cuyo recuerdo hoy día es una nostalgia envuelta en la bruma del tiempo para aquellos que los conocieron
Pero, además de los atributos que he señalado y que todos reconocen en Pepé, en pocas palabras, su buen ser él mostró un alto comportamiento estoico a partir de ser tocado por el rayo de la adversidad que le encadenó a una silla de ruedas. Aceptó su lesión como un inconveniente; para él no fue más que eso, una molestia en su vida, no una tragedia.
Su sentido del humor se mantuvo chispeante al igual que hasta poco antes de su accidente de salud, cuando recibía junto a Minerva, su dedicada y noble esposa a sus amigos para compartir con quienes solíamos visitarle por las noches y recrear para él, tal vez, los tiempos idos en que compartía con aquellos compañeros que tanto recordaba. Porque, señores, por encima de todo, Pepé disfrutaba la presencia de sus amigos a quienes en todas las etapas de su vida supo dedicarles su entrañable afecto y solidaridad.
Adiós, don Pedro Justiniano Polanco. Tu decencia intrínseca que no te permitió nunca una expresión adversa para los que en tu postración te olvidaron, la recordaremos como ejemplo de la compostura y comprensión de la naturaleza humana que siempre tuvistes, lo mismo que tu alto sentido de la amistad.
Palabras pronunciadas en el acto de enterramiento
Del señor Pedro Justiniano Polanco y publicadas
17 de abril de 2003
martes, 7 de diciembre de 2010
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1 comentario:
Impresionantes palabras. Lástima que haya tenido que
conocerlo mejor de este modo.
Saludos.
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