miércoles, 8 de diciembre de 2010

JUDAS ISCARIOTE, ¿PATRIOTA O TRAIDOR?

“Memorias de Judas”, novela histórica de Ferdinando Petruccelli Della Gattina, es un libro de gran riqueza literaria y erudición, escrito hace más de un siglo. Fue anatematizado en su época y el autor escarnecido y proscrito de Italia, debido a la reinterpretación histórica que hizo del drama evangélico. La lectura de esta obra sobria y reflexiva nos ha ofrecido el marco referencial para este artículo.

Palestina se había caracterizado por mantener una continua rebeldía ante el sometimiento de Roma. Particularmente el pueblo hebreo, que no cejaba en su empeño por liberarse de la dominación extranjera. En el séptimo año de Poncio Pilatos a cargo de la prefectura de Judea, fue articulado un movimiento subversivo entre los diversos grupos que se habían unido con propósitos conspirativos. El Consejo de Delegados de los distintos partidos tenía por cabeza visible al sagaz sacerdote Anás.

Esta vez la organización subversiva decidió buscar un Mesías y prepararle el escenario para que levantar las masas. Los conspiradores sabían que la búsqueda de su hombre no resultaría difícil, pues todas las provincias palestinas los producían por montones. Los profetas y mesías eran elementos de la vida diaria entre los hebreos y estaban involucrados en todos sus acontecimientos y circunstancias.

Entre los cabecillas del movimiento de liberación se encontraba un joven de unos veinte años llamado Judas, quien gozaba de gran simpatía por su nacimiento patricio, el partido al que pertenecía y hasta por su frivolidad. Poco antes había regresado de Roma donde maestros griegos le habían perfeccionado su educación. Luego viajó por Grecia, Egipto, Fenicia y Siria, sociedades estas que contribuyeron a su enriquecimiento cultural y espiritual.

Sus gustos distinguidos, sus aventuras y hasta su amante quien a su paso deslumbraba por su belleza, por el aroma de sus perfumes que dejaba tras de sí y su risa que atraía como melodiosa cascada, hacían sentirse admirado a este privilegiado entre la juventud de Jerusalén. Judas era ardorosamente patriótico y recayó en él la tarea de buscar el profeta que sirviera para los aprestos revolucionarios, representando de la manera mas fiel el papel que le fuera asignado, o sea, como dijo el sacerdote Anás: “Que fuera para la causa, lo que la palabra para el pensamiento”.

El hombre que buscaban, obviamente, no podía ser de Jerusalén; según los planes debería aparecer allí en su momento, como caído del cielo. Judas inició su búsqueda en Galilea, con doble entusiasmo porque aprovecharía su misión para visitar Magdala y tratar de averiguar acerca de María, la cual lo había abandonado sin conocer más de ella. En su búsqueda, pasó varios días como huésped del tetrarca Antipas y su esposa Herodías, con quien estaba emparentado. Les confió a ambos la causa en la cual andaba porque éstos eran enemigos de Pilatos. Por tanto, podrían ayudarlo en sus proyectos subversivos.

En la sinagoga de Cafarnaún, Judas observó un rabí que se dirigía al público y parecía muy conocido entre esas gentes. “El predicador llamó su atención por la voz suave, singularmente melodiosa, sus modales graves y de gran dignidad. “Aparentaba unos treinta años, era de estatura ordinaria, ágil, delgado, de piel tostada y barba negra cortada en punta. Los cabellos divididos en dos partes iguales sobre la frente a la moda de Galilea”.

Cuando el rabí abandonó el templo, Judas reconoció, entre los muchos seguidores que lo acompañaban a María de Magdala. Se las agenció para hacer contacto con ella mas tarde y cuando se encontraron notó un gran cambio en su personalidad. Había desaparecido su arrogancia y reflejaba una gran dulzura y sencillez. Ella le habló a su antiguo amante de su transformación y abandono de la vida mundana por devoción al Mesías. Judas le pidió que le presentar al rabí y ella le invitó a quedarse en su casa donde se había producido el encuentro, hasta cuando él llegara allí al atardecer.
El rabí llegó acompañado por Juan y de esa manera lo conoció Judas. Después de la cena hablaron a solas por largo rato mientras paseaban por el jardín de la vivienda. Así entró el rabí en los planes de Anás y Judas, el de de encontrar un profeta que cumpliera con sus planes.

El predicador reunía todas las condiciones para dar al populacho lo que requería para agitarlo. Atrevimiento, calma, tenacidad, franqueza, acento seductor y mirada fascinante. Judas se dijo: “Este es mi hombre si quiere ser mi hombre. Su presencia, su imperturbabilidad de ánimo en el debate que había demostrado en el templo cuando le hicieron algunas preguntas difíciles. Esos rasgos bien dirigidos harían de él un abanderado de gran utilidad”.

En una charla amplia y convincente, Judas le dijo al rabí que María le había asegurado que él no había salido de las orillas del lago de Galilea y por tanto no conocía el mundo. Había elegido mal el escenario. Le recordó que hacía pocos meses estuvo a punto de ser despeñado de lo alto de una roca en Nazaret por haberse declarado “ungido del Señor” y él mismo día en que se conocieron casi fue lapidado por haberse presentado como “pan de vida”, ante un pueblo “que espera hechos y tú le anuncias verdades. Que quiere ver y tú le impones creer”.

El rabí abandonó Galilea la misma noche de la conversación con Judas en casa de María. La perspectiva del inmenso horizonte que Judas desplegó ante sus ojos lo decidió. Sintió que debía arriesgarse en una jugada decisiva en la cual le ofrecían un gran papel, sin embargo, el rabí no creía en las palabras de Judas y aconsejado por las dudas, para comprobar todo cuanto éste le había dicho marchó aquella misma noche acompañado por
Simón y Juan hacia Jerusalén. Esos dos seguidores siempre lo acompañaban a donde fuera con el interés de lograr posiciones importantes cuando el rabí reinara.

Un abismo separaba el alma de rabí del alma nacional. El hebreo era materialista, tosco, cruel, puntilloso y de ardorosas pasiones. El, en cambio, era dulce, sencillo, tolerante y elevaba el espíritu y el ideal por encima de todo. El rabí partió hacia Jerusalén confiado en que daría su apoyo al movimiento político que entendía era de rechazo total a los romanos que según le describió Judas, existía en aquella urbe. Sin embargo, luego de un rápido recorrido por algunas provincias no hebreas pudo comprobar que el odio y miedo hacia los romanos no era un sentimiento generalizado entre el pueblo israelita, por lo que su papel subversivo no tendría una base política lo suficientemente amplia y sólida para lograr sus propósitos.

Sin dejar de tomar en cuenta el sentimiento que existía entre los hebreos de un Mesías que lo liberara de la ocupación extranjera, comprendió que ello no constituía para él motivo suficiente de subversión política y de elevación moral, por lo que reconsideró su interés inicial de atraerse al pueblo por esa vía. Al llegar a la gran ciudad de de Jerusalén su disposición de ánimo estaba totalmente cambiada de la que demostró a su salida de Cafarnaúm. El predicador no dijo nada del cambio de disposición interna que en él se había operado, ni sus instintos agresivos. Esto se vino a saber luego de una serie de desaciertos que cometió y ocasionaron un daño irrecuperable a la causa política en la que estaba envuelto.

Esos sentimientos se agravaron luego de su entrada a Jerusalén que el Mesías esperaba fuera toda una apoteosis y constituyó un claro fracaso por muchas razones; entre ellas, la falta de calentamiento de las masas que no se pudo programar por su llegada imprevista y en fecha inoportuna, porque se realizó la víspera del día en que comenzaba en esa ciudad la mayor fiesta que allí se celebraba que envolvía a todos sus habitantes en orgías desenfrenadas, como lo eran sus saturnales. de tanto éxtasis y colorido que su fama se extendía hasta otras naciones desde donde acudían multitudes a sumergirse en esos días de placer, lujuria y desenfreno.

La trepidante ciudad, con una población de ochenta mil habitantes sumergida en aquel ambiente desbordado de celebraciones que expandían el espíritu colectivo ni se percató de la entrada del profeta y éste culpó a Judas por esa ignorancia de su presencia en las masas de la gran ciudad. Decepcionado se dedicó de lleno a atacar a todos los partidos; a los ricos, a los sacerdotes, a los escribas. En fin, a todos cuantos tenían poder. El hombre cargó contra todos y eso no podía dejar de provocar una encendida reacción de los poderosos que se sintieron ofendidos.

Mas tarde, cuando la causa se encontraba irremisiblemente perdida, en el curso de una cena que le fue ofrecida al Mesías, la víspera de su detención, éste, visiblemente perturbado por lo acontecido, divagó ante sus compañeros y habló en términos confusos de traición mientras su mirada furibunda y perdida por momentos, la fijaba en Judas y los demás comensales, quienes sorprendidos por las incoherencias que salían de los labios del profeta, se miraban entre sí y se preguntaba cada uno acerca de que traición aludía y cual de ellos él entendía que la había cometido.

Las actuaciones del rabí, cargadas de graves imprudencias por sus desafíos a los poderosos, sus ofensas graves a la religión judía y los trastornos ocasionados al orden público provocados por sus acometidas contra los vendedores de mercancías en el templo, considerado como lugar común de todo el pueblo, terminaron por lleva al Gran Consejo a determinar su detención para ser llevado a juicio. El sagaz sacerdote Anás quedó desolado por la suerte del predicador cuyas acciones habían desbordado toda posibilidad de salvarlo.

La conspiración contra los romanos tuvo que ser aplazada y los dirigentes políticos y espirituales envueltos en la trama., particularmente Judas, lamentaron que un hombre como el Nazareno, que pudo convertirse en un símbolo de cohesión del pueblo en su lucha nacionalista, se perdiera “por no querer trocar su papel de reformador moral por el de agitador social”, el único que en aquel tiempo podía tener sentido y posibilidad de éxito en el deseo de los hebreos por liberarse de la dominación romana.

revista Temas, del
Periódico Hoy, en fecha 9 de abril del año 2000

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