La abrumadora presencia de Rafael Leonidas Trujillo Molina en la vida dominicana terminó hace cuarenta y seis años. El análisis de las causas que le llevaron a su encumbramiento comienza a ser estudiado con mayor madurez de juicio, lo que se traduce en enfoques que, desde el punto de vista estrictamente histórico, pueden contribuir a una dilucidación más serena de la trágica personalidad de aquel gran protagonista de nuestra historia contemporánea; por tanto, la “Era de Trujillo” ha entrado en el tiempo en que esta etapa nacional sea presentada sin la gran carga de prejuicios que tanto ha abundado en la literatura sobre este tema y eso permita conducir a una comprensión más reflexiva de ese personaje y su tiempo.
La carrera militar de Trujillo fue meteórica, como es generalmente conocido. En apenas una década, recorrió todos los grados castrenses, a partir del 18 de diciembre de l9l8 cuando, atendiendo a una solicitud suya, fue llamado para ingresar a la Guardia Nacional Dominicana con rango de teniente, hasta alcanzar el grado de Coronel Comandante de la Policía Nacional Dominicana en el año l925. Dos años más tarde, recibió en imponente ceremonia pública ofrecida por el gobierno al contralmirante de la Armada norteamericana, Hughes, el grado de general que había estado ostentando desde un año antes, cuando se llevó a cabo la conversión del cuerpo policial en Ejército Nacional.
Cuando Trujillo fue llevado a la comandancia de la Policía Nacional Dominicana,- recordemos que eso fue en el año l925- las disensiones políticas surgidas entre el Partido Nacional que lideraba Horacio Vázquez, y el Partido Progresista, de Federico Velásquez y Hernández, que se habían unido con la finalidad de llevar a la presidencia de la República a Vázquez, y a la vicepresidencia a Velásquez, comenzaron a tener trascendencia pública, apenas trascurrido un año y pocos meses de haber ganado las elecciones.
El rompimiento político entre las dos agrupaciones era inevitable, y cuando ocurrió, el general Trujillo actuó como un firme aliado del Partido Nacional. Desde que Trujillo había sido comandante de la Policía Nacional en la región nordeste del país, con asiento en San Francisco de Macorís, antes de las elecciones, ya éste había dado muestras de preferencia política por Vázquez. Su parcialidad motivó, que políticos opositores en aquella comunidad denunciaran ante el presidente provisional, Vicini Burgos, la actitud partidaria que mostraba el jefe policial de allí, por lo que fue trasladado a la ciudad capital.
Esos antecedentes, junto al celo que mostró Trujillo en el momento de tensión que ocasionó en la ciudadanía la ruptura entre los dos partidos aliados, junto a sus conocidas aptitudes de eficiencia, disciplina y dedicación a sus obligaciones hacían fácil entender las razones por las cuales fue adquiriendo cada vez mayor relevancia, como fue notorio al cumplir el primer año de su promoción al grado de coronel y haber recibido a la vez el comando de la institución policial.
Esa conmemoración llegó cuando todavía los desafíos que había generado la enconada disolución del pacto político ya conocido se expresaban públicamente. Para ese aniversario, entre otros festejos hubo una gran celebración en el cuartel de la Policía, donde acudieron los más altos funcionarios de la nación, incluyendo al presidente Vázquez, para participar en “esos actos estimuladores y eficaces al honor y la eficiencia”. También fue deslumbrante y con gran asistencia el banquete que le fue ofrecido a Trujillo en el hotel Colón, como parte de los festejos por ese aniversario, organizado con mucho entusiasmo por los elevados miembros del Partido Nacional, Ricardo Limardo, José Dolores Alfonseca, Ernesto Bonetti Burgos y Sergio Bencosme.
Tales expresiones y alabanzas a la gestión del comandante policial, llevaban una advertencia implícita ante cualquier intento levantisco que, llevado por su inconformidad pudieran intentar los opositores a la reforma constitucional que se había estado debatiendo en aquellos momentos con la finalidad de extender el período gubernativo por dos años.
La vieja tradición de apego al poder por encima de cualquier otra consideración que ha marcado la vida política desde la fundación de la Republica, fue más fuerte en el residente Vázquez y su gente que, los compromisos y las ataduras legales, quienes desarrollaron un laborantismo intelectual y jurídico que involucró a muchos hombres de luces, entre los que se destacaba el joven Manuel Arturo Peña Batlle, quien, en la defensa de sus argumentos continuistas refutó “al eminente jurisperito Lic. Rafael Justino Castillo al tratar el delicado problema creado por la tesis jurídica que lanzáramos sobre la duración del actual período presidencial”.
Conocida y aprobada la trascendente decisión constitucional que daba paso legal a la prolongación del ejercicio gubernamental por dos años más allá de 1928, la Policía Nacional Dominicana fue transformada en Ejército Nacional con la estructura de una brigada y su comandante Trujillo escalaría el último grado de la carrera militar al ser promovido a general de brigada.
Así se va desenvolviendo la administración del presidente Vázquez en su práctica política que va perfilando a la vez la imagen del brigadier Trujillo como aliado virtual, cada vez más decisivo en las aspiraciones del viejo caudillo y de su partido en sus afanes por retener el poder.
El otro objetivo, o sea, el proyecto reeleccionista, tomó carácter de compromiso público del Partido Nacional a los pocos días de haber sido escogido José Dolores Alfonseca para el cargo de Vicepresidente de la Republica, en agosto de l928, cuando éste anuncia la reelección de Vázquez, por considerarla “Una necesidad nacional”. Alfonseca se había convertido en hombre determinante en su partido. Sustituyó en la posición de Vicepresidente de la Republica a Federico Velásquez cuando este rehusó ser juramentado para continuar en ese cargo por no haber estado de acuerdo con los acomodamientos que se habían hecho para legalizar la prolongación del mandato gubernamental para el cual fueron electas las autoridades públicas en las elecciones de l924.
El año de 1929 comenzó con la campaña para la reelección en plena efervescencia. Definitivamente la figura del brigadier Trujillo gravitaba notoriamente en la vida política nacional. Su nombre había figurado meses antes en una lista entre los hombres presidenciables del Partido Nacional. Este mismo año, se recogerían firmas en San Cristóbal y La Victoria para proponer su candidatura en las próximas elecciones como Senador por San Cristóbal.
La prensa destacaba su membresía en la Sociedad Nacional de Geografía, en Washington, al igual que una condecoración que le fue otorgada por el gobierno de Italia. Dentro de sus múltiples ocupaciones, el brigadier, como le llamaban, sacaba tiempo para donar leche a los asilos de la ciudad capital. En fin, Trujillo se expresaba como una realidad política.
El gobierno seguía contribuyendo a la exaltación de su militar favorito. El presidente Vázquez, creó la orden del Mérito Militar para honrar al leal oficial. Esta condecoración le fue impuesta en una extraordinaria reunión social que tuvo lugar en el hotel Fausto a fines de enero. El vicepresidente de la República, Alfonseca, encabezó el esplendoroso acto donde se reunió una cantidad de trescientos invitados entre las personas más importantes del país y en el cual estuvo presente el Cuerpo Diplomático acreditado. También allí se habló de “la lealtad, el honor y la eficiencia del General Trujillo”, esta vez en la voz de Alfonseca. Luego del Vicepresidente se turnaron otros oradores, y el conocido periodista, Francisco Ureña Hernández cerró el lucido acto, expresando, en aquel derroche de elogios hacia el festejado que: “En sus manos no perecerá la libertad”, emotiva frase que llevó a la magnífica concurrencia a una cerrada y larga ovación final.
Ese acto, de nuevo puso en relieve la importancia del Comandante del Ejército en medio del debate político reeleccionista, que, por cierto, no ofrecía ninguna duda en cuanto a obtener el triunfo pues, era claro que el Partido Nacional contaba con gran respaldo. Este partido tenía presencia en todo el país y su campaña contaba con el favor de grupos influyentes como lo eran ricos comerciantes y empresarios, respetables núcleos de intelectuales e importantes medios de prensa. Por el contrario,” la falta de unidad entre los grupos de la oposición”, se hacia cada vez más evidente, como lo admitió el doctor Juan Bautista Pérez, un prominente santiagués, al rechazar los ofrecimientos para postularlo que le habían hecho dos de las tendencias anti reeleccionistas; y Francisco Prats Ramírez fue certero cuando, al afiliarse al Partido Nacional señaló: “La oposición está constituida por grupos pequeños sin cohesión”.
Pero el doctor Luís Eduardo Aybar, en un documento público que lanzó para motivar su renuncia a la candidatura presidencial que había aceptado para representar la oposición, guiado nada más que con el fin de adecentar la actividad política, fue más amplio en su enjuiciamiento de la práctica política que se llevaba: “(…) la experiencia que he hecho ha sido breve, pero de un valor edificante. Los partidos políticos no han evolucionado. Las ideas políticas no han evolucionado y los métodos políticos tampoco han evolucionado. Es más, no se advierte ni siquiera una remota tendencia de evolución en los hombres, en los partidos y en los objetivos políticos. Son los mismos viejos caudillos conduciendo las mismas huestes por los mismos viejos caminos (…)”
El laborantismo político en pugna tan poco edificante era lo que se le había ofrecido al pueblo dominicano durante el último lustro de los años veinte. “(…) la política caciquil, anarquizante, de compadrazgos inmorales, había tomado nuevamente la fuerza que le habían restado los años de ocupación Norteamericana”,como también señalara el respetable médico en su vibrante exposición pública.
En el contexto económico, cabe señalar que, el país había experimentado cierta dinámica económica debido a los arreglos de la renegociación de la deuda pública. Esta se tradujo, mayormente, en un programa de obras gubernamentales. Otros sectores también resultaron beneficiados debido a los buenos precios de los productos de exportación que habían prevalecido hasta los dos últimos años de la década.
Ese relativo bienestar había llevado a los grupos favorecidos a demostrar su apoyo al Partido Nacional en sus dos propósitos políticos ya expuestos. Entre esos grupos cabe señalar influyentes hombres de negocios como lo eran Pedro R. Espaillat, J. A. Bermúdez, Anselmo Copello, E. R. León Jiménez, Salomón Jorge, Baduì Dumìt, Ulises Franco Bidò, Cosme Batlle, Juan Tomás Brugal, Josè María Nouel, M. Mallén Ortiz y Quiterio Berroa Por tanto, el ambiente reeleccionista se tornó muy favorable para este partido, cuya organización como ya conocemos se extendía casi a todos los rincones del país con líderes locales de predominio en sus respectivas comunidades.
La reelección de Horacio Vázquez pues, se presentaba como una certeza. Sólo un imprevisto trascendente podría variar la corriente favorable que llevaba en su cresta esa candidatura. Tal casualidad se presentó en forma de una dolencia renal que había estado molestando a don Horacio con fiebres intermitentes desde principios del mes de octubre. El día 23, fecha en que cumplía 69 años de edad fue celebrada una gran manifestación en los jardines de la Mansión Presidencial para anunciarle al viejo caudillo que su partido le había escogido candidato para la presidencia de la Republica en las elecciones que serian celebradas en mayo del año siguiente, unos siete meses más tarde.
Después de tan grata, aunque no sorpresiva noticia; sino más bien esperada, las fiebres continuaron molestando a don Horacio quien, por la recomendación de su médico, el doctor Ramón de Lara, decidió viajar a los Estados Unidos para tratarse su quebranto en un centro avanzado de medicina. Allá fue el presidente Vázquez y junto a su llegada a la ciudad de Baltimore, en cuyo famoso hospital John ,Hopkins se haría los chequeos médicos, se desencadenó en aquel país el “jueves negro” del 29 de octubre de l929 que hundió la Bolsa de Valores y arrastró esa gran nación a la crisis económica más grave de su historia, dando inicio al período de “La Gran Depresión “, cuyas consecuencias sociales y económicas repercutieron en el mundo y produjeron, particularmente en los pueblos de América Latina, dramáticos cambios políticos.
A principios de diciembre, luego de más de un mes de estudios y observación, el venerable anciano fue intervenido quirúrgicamente y le fue extirpado el riñón izquierdo. Su permanencia en la Presidencia de la República, a partir de su delicada condición de salud comenzó a erosionarse y lo que fuera para él promisorio y firme se tornó sombrío e inseguro.
Es oportuno referir que, tan pronto Horacio Vázquez se embarcó hacia los Estados Unidos para tratar su quebranto, surgieron en el país “condiciones de intranquilidad” que llamaron la atención hasta en aquel país, y el periódico New York Times se hizo eco del malestar político nacional. La sorda rivalidad que existía entre los principales hombres del Partido Nacional se hizo cada vez más notoria y todo apuntaba a especular sobre quien sustituiría la candidatura de Vázquez, en caso de su muerte o imposibilidad de concurrir a las elecciones por su precaria salud.
A partir de ahí es cuando Trujillo asume definitivamente el rol de la personalidad dominante en esa repetición de desgarramientos entre los distintos aspirantes potenciales a la Presidencia de la República. Los vínculos entre él y el vicepresidente José Dolores Alfonseca se encontraban bastante debilitados desde que el Brigadier había sido incluido en una lista de quince candidatos a la presidencia, cuando Alfonseca buscaba ser nominado, según la información que hizo pública Francisco Espaillat de la Mota, un destacado periodista y horacista, conocedor de las interioridades de su partido.
La relación de Alfonseca y Trujillo se volvió abierta y enconada rivalidad cuando aquel asumió la Presidencia provisional de la República por ausencia de don Horacio, debido a su enfermedad. Para ese momento Trujillo jugaba sus propias cartas e iniciaba su estrategia para lograr el triunfo en aquella sorda lucha por el poder que se libraba en el Partido Nacional. Por vía de terceros había iniciado relaciones con algunos políticos, no sólo en el propio Partido, sino, además, con otras importantes figuras entre aquellos que intentaron oponerse a la reelección de Vázquez, y éstos a su vez consideraban oportuna una alianza táctica con el decisivo militar, lo que podría brindarles la oportunidad que tanto buscaban de reemplazar a Vázquez y su grupo en el ejercicio gubernamental.
Así se estableció una alianza, aunque cargada de recelos, considerada útil y necesaria por los intereses comunes que acercaban a Rafael Estrella Ureña y Desiderio Arias, principalmente, al brigadier Trujillo. Esos conocidos líderes, de proyección legendaria en la vida nacional, fueron las cabezas visibles de un movimiento subversivo aparente, bajo la protección encubierta del general Trujillo, por lo que el Presidente Vázquez, agobiado por el conjunto de circunstancias en que se había estado debatiendo su precario ejercicio gubernamental tuvo que renunciar.
En ese quehacer político deplorable llega el año l930 en medio de un empobrecimiento general. “El aparente mejoramiento de la situación que indican cifras estadísticas globales no guardan relación con la desastrosa realidad”. Hasta la naturaleza había sido adversa con el gobierno del Presidente Vázquez. Entre los meses de octubre y noviembre del año de la prolongación de su mandato, o sea, el l928, se desató un temporal que duró más de treinta días provocando, desde Bonao hasta Montecristi, inundaciones, arrase de puentes, desaparición de ganado, derrumbes; y las labranzas de esos lugares quedó bajo muchos pies de agua.
Más tarde, en la zona noroeste, hubo una gran sequía que completó el cuadro de miseria y desolación que había dejado el temporal en aquella región. “Desde Tamboril hubo de enviarse allá camiones cargados de víveres para distribuirlos entre los campesinos que deambulan de un lugar a otro sin encontrar medios de subsistencia.”.
La propia capital de la República mostraba gran deterioro, incluso los arreglos de calles que había iniciado el gobierno hubieron de ser suspendidos debido a la crisis económica seriamente agravada por el colapso financiero que había sufrido los Estados Unidos. Sólo el acueducto de Santo Domingo sobresalía como la gran obra de los pasados años de prosperidad. “La obra más trascendental y civilizadora que se ha realizado en la República desde su fundación”.
Esos hechos políticos, económicos y sociales, fueron, a grandes rasgos, las causas que llevaron a Rafael Leonidas Trujillo al triunfo electoral en las elecciones celebradas en mayo de l930. Su candidatura, si bien despertó justificada desconfianza en algunos sectores y dichos comicios estuvieron teñidos con asesinatos políticos y actos de abusos y coacción, contó con una amplia base social de sustentación, compuesta por una mayoría de la población rural y urbana que se sumó con entusiasmo a la candidatura del general Trujillo.
También expresaron públicamente simpatías con la candidatura trujillista, muchos de los intelectuales nacionales más prestigiosos, como lo fueron Marino Incháustegui, Andrés Avelino, Domingo Moreno Jiménez, Federico Henríquez y Carvajal, Américo Lugo, Jaime Vidal Velásquez, Emilio Morel, Manuel de Js. Galván (hijo) Leoncio Ramos, Ulises Heureaux (hijo) y Max Henríquez Ureña. Sin dejar de tenerse en cuenta en ese triunfo electoral el aparato organizativo del Partido Nacional cuyos principales dirigentes, con escasas excepciones, se unieron a la candidatura Trujillo-Estrella Ureña; y, como hemos señalado, la influencia de esa organización se extendía por todo el país, y contaba entre su militancia y simpatizantes a reconocidos periodistas y profesionales, oradores y a destacados intelectuales de una larga experiencia política que pusieron al servicio de su nueva causa.
El análisis de los hechos conocidos demuestran que aquel fracaso del incipiente ejercicio democrático intentado a partir de las elecciones de l924, se vino abajo por la falta de visión de futuro y altura de miras en aquellos hombres que tuvieron la oportunidad de construir un verdadero proyecto de Nación, comprometiéndose en el ejercicio de un quehacer político que demostrara patriotismo, desinterés personal o de grupo y se dedicara a una práctica educativa del pueblo por medio de una conducta publica inspirada en los mejores intereses nacionales.
Por el contrario, aquellos hombres en quienes recayó la responsabilidad de propiciar la reconstrucción moral de la República con sus ideas y accionar anclados en el pasado, sin un pensamiento más allá de sus ambiciones particulares en el usufructo del poder, orientaron al pueblo hacia el brigadier Trujillo, en quien, por instinto, la gente intuía lo que con su sapiencia había observado desde la Argentina, Pedro Henríquez Ureña, tal como lo expuso en una charla que pronunció seis meses después de haber llegado al país para ocupar el cargo de Superintendente de Enseñanza:
“(…) Por eso quiero explicar como concibo la orientación del actual gobierno: como intento de avanzar en la organización técnica de la administración del país en todos los aspectos de su actividad (…). El Presidente Trujillo es militar de carrera, hombre de disciplina y método. Esa diferencia imprime al actual gobierno fisonomía original, nueva para el país (…). En vez de la mano del Jefe cuya esencial preocupación es el privilegio de mandar, descubrimos la mano del hombre de disciplina que aspira a organizar”.
Editado abril l4, 2007
inédito.
miércoles, 8 de diciembre de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario