martes, 7 de diciembre de 2010

EL LOQUERO

Angela Peña, investigadora de este periódico HOY, produjo un amplio reportaje que trata hacer a del magnicidio del presidente Ramón Cáceres, ocurrido el l9 de noviembre de l911. En dicha trabajo periodístico, su autora dio al conocimiento algunos datos inéditos que podrían prestarse a polémicas, porque la novedosa información contraviene detalles tenidos por hechos históricos depurados por el tiempo, como lo fue la muerte del joven general Luís Tejera, uno de los principales organizadores de la trama homicida y sobre la integridad moral de don Federico Velásquez, el colaborador mas capaz de aquel hombre de Estado por intuición que fue Cáceres, quien encarnó en su momento el papel del “Gendarme Necesario” que en determinadas ocasiones han necesitado estos pueblos para ser encauzados por la senda de la estabilidad política que haga posible cierto orden social que permita alcanzar algún grado de progreso y desarrollo en estos pueblos.

Este proceder político siempre ha tenido vigencia en toda sociedad para el logro de su progreso. El reconocimiento lo hace la experimentada periodista, destacando la recia personalidad del malogrado presidente y sus ejecutorias gubernativas que hicieron posible, no solo restablecer el orden social indispensable para desarrollar un programa de adelanto nacional. El historiador Campillo Pérez, acepta al proceder expeditivo del presidente Cáceres, cuando afirma: “Yo le critico los desastres de la Línea Noroeste, eso es imperdonable. Pero un gobierno en el que se respete la ley y se pueda trabajar con un equipo honrado, yo lo prefiero a estos gobiernos de partidos que lo que hacen es enriquecer a los jefes de esas organizaciones”.

Simón Bolívar había dicho en el año 1828 lo siguiente: “Yo considero al Nuevo Mundo como un medio globo que se ha vuelto loco y cuyos habitantes se encuentran atacados de frenesí y que para contener este flotamiento de delirios y de atentados, se coloca en el medio un Loquero con un libro en las manos para que les haga entender su deber”.

Este concepto del Libertador lo utilizó como útil herramienta la lúcida inteligencia de Laureano Vallenilla Lanz, en su ensayo de sociología política venezolana: “El Cesarismo Democrático”, como una forma de justificar históricamente, aun cuando no lo dijo, el gobierno del “Benemérito” Juan Vicente Gómez, del cual fue un devoto defensor por convicción, desee su periódico “El Nuevo Diario” Cuando su admirado personaje murió, el valiente intelectual y exquisito escritor se encontraba residiendo en París, desde hacia algunos años, y al enterarse, dijo sentenciosamente: “Murió el Loquero”

Nuestro pueblo, al igual que los demás de este “medio globo”, ha tenido sus loqueros. Ramón Cáceres fue uno de ellos y los dominicanos en mayoría han hablado bien de él y su gobierno, algo extremadamente difícil de ocurrir entre nosotros, tan miserables para reconocer méritos y valores en otros. La gestión gubernativa cacerista fue tal vez una de las mas provechosas que han conocido los dominicanos en todo tiempo, entre otras cosas, porque mantuvo los caciques a soga corta y así pudo lograr la estabilidad política necesaria para dar uso finanzas públicas orientado al servicio de las necesidades del país en su ejercicio de seis años, experiencia de decencia gubernativa que tan de forma tan estrepitosa se vino abajo en medio del desorden colectivo que se desató después de su muerte por las ambiciones de poder y dominio que volvieron a desatarse.

El pueblo llano, en su sabiduría, acuñó una sentencia que se utilizó hasta hace relativamente poco tiempo, para expresar nostalgia por aquel régimen de orden e integridad moral en el manejo de la Cosa Pública: “¡Cuántas cosas se han visto después de la muerte de Món”!

El caciquismo larvado durante su firme gobierno resurgió con renovados bríos y la paz pública desapareció en una estampida de ambiciones groseras e inacabables, encabezadas por Desiderio Arias, aquel jinete de la anarquía que había sido teniente de Demetrio Rodríguez y sobresalió entre nuestros macheteros a la muerte de este heroico y caballeroso capitán criollo. Arias, tenido por un “impenitente perturbador de la paz pública”, tal vez hubiere estado en una oscura y olvidada página de la historia doméstica si nuestro Loquero Mayor no lo incluye en su galería de muertos, cuando inició su mandato resuelto a borrar con toda aquella enfermiza presencia de caciques, versiones tropicales de los señores feudales de Europa, que habían convertido las diferentes regiones del país en feudos particulares.

El 19 de noviembre de l961, terminó, en rigor histórico, La Era de Trujillo, el período que llevó el nombre de nuestro “Loquero Mayor”. El país, al igual que en el pasado a la muerte de su Gendarme Necesario de turno, volvió al desorden y la anarquía; pero los nuevos tiempos no permitieron surgir otro preboste que impusiera “la igualdad bajo un jefe surgido del pueblo encima de una gran igualdad colectiva”. Los viejos caudillos y generales de montonera, con sus asonadas y desvaríos, fueron sustituidos por organizaciones políticas atrincheradas en la democracia en cuyo nombre han atropellado y saqueado, de manera más sutil, pero no por eso menos lacerante y con mayor impunidad, sin importarle el bienestar colectivo.


25 de noviembre del año 2000

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