El primero de enero del año l959, los capitalenses nos levantamos con la resaca de la fiesta de Año Nuevo y comenzamos a enterarnos que en la madrugada había aterrizado en la base aérea de San Isidro el avión en que abandonó Cuba el general Fulgencio Batista, cuando comprendió que su gobierno se había desmoronado ante la marcha triunfal hacia La Habana que iniciaban los ejércitos revolucionarios desde Santiago, Camaguey, Santa Clara y otras ciudades conquistadas por la revolución.
Un sentimiento de alegría contenido se adueñó de la juventud dominicana. Los barbudos, convertidos en leyenda, habían triunfado. Fidel Castro, Camilo Cienfuegos, Che Guevara, eran nombres familiares para nuestra juventud. Por su coraje habían despertado la admiración de los dominicanos, particularmente sometidos al férreo régimen de Rafael Leonidas Trujillo.
De manera subrepticia el pueblo había seguido a través de las transmisiones por Radio Rebelde clandestina, la epopeya que comenzó en la Sierra Maestra, unos tres años antes. Por las noches, con los aparatos de radio pegados al oído, en un desafío a los autos Wolkswagen, del SIM, que llamábamos cepillos; la complicidad del silencio y el asomo de temor cuándo, desde la distancia se sentía la marcha lenta y tenebrosa de los temibles vehículos en sus recorridos de vigilancia e intimidación.
Desde entonces, Fidel Castro, ha estado en un sitial de respeto y alta admiración entre los dominicanos, porque la lucha que encabezó y su triunfo tan bizarro, idealizaba el enfrentamiento a que aspiraba este pueblo contra el gobierno de fuerza que lo oprimía. El entusiasmo admirativo por Fidel no fue exclusivo de la juventud dominicana. En toda Hispanoamérica, sometida a una larga tradición de dictaduras, la semilla de la revolución castrista germinó en sus juventudes, por lo que a partir de este hecho de singular significación en la historia de este Continente, comenzaron a soplar nuevos vientos que forzaron al desmantelamiento de esos anacrónicos regímenes.
Los hombres que bajaron de las lomas de Cuba en aquel momento, representaban la reivindicación, la justicia y la decencia. Traían brisas frescas de libertad. Hasta una intelectualidad emergente, de la que se destacaron figuras que se han convertido en cumbres de la literatura universal, entre ellos, Vargas Llosa y García Márquez, se contagió con aquel gozo y sueño colectivo que embriagó estos pueblos humillados y largamente sometidos a gobiernos obscenos.
Pasada la euforia idealista, la realidad impuso sus reglas, y es por todos conocidos los avatares que ha pasado Cuba, en sus casi cuarenta años de haber instaurado el sistema de gobierno socialista, por lo que ha iniciado un evidente giro hacia lo que dejó atrás, forzada por el nuevo orden mundial que se impone cada vez con más evidencia. En este nuevo contexto económico, en que Cuba comienza a desandar sus pasos, la nación dominicana recibe la visita oficial de Fidel Castro, en su calidad de Jefe de Estado cubano, lo que ha desempolvado viejas y románticas nostalgias de esperanzas marchitas.
No obstante los sueños truncos, la admiración por ese hombre de personalidad recia y fuertemente carismática no ha disminuido. Su trascendencia, su larga supervivencia en un primer plano le ha convertido en uno de los líderes políticos de primera importancia de este siglo. Para los latinoamericanos, ha sido un gobernante altivo que ha dado lecciones de dignidad y ausencia de genuflexiones ante el imperio que le ha cercado por tanto tiempo para forzarle a una claudicación humillante, lo que ha podido resistir por la fortaleza de espíritu y gallardía que ha caracterizado al cubano ante cualquier circunstancia, como lo ha demostrado dentro de su isla y en el exilio al que ha acudido parte de ese pueblo, motivado por el cambio político que se impuso entre ellos al triunfo de su revolución.
En cuanto a los dominicanos, existe una razón muy especial para apreciar y sentir satisfacción por la visita de Fidel Castro. Con ningún otro pueblo hemos estado tan fuertemente vinculados por lazos de afecto y solidaridad, como lo ha sido con el pueblo cubano. Ahí está la historia, la tradición y los hechos para atestiguarlo con largueza. Unos y otros hemos encontrado en ambos países el calor humano y la fraternidad del terruño propio cuantas veces nos hemos visto en la necesidad de trasladarnos de aquí para allá y de allá para acá.
Por eso es que ambos pueblos son poseedores de ese derecho que ha llevado a los cu banos que adversan al presidente Castro a protestar su presencia entre nosotros, porque ellos se sienten en su propia tierra. ¡Qué lo es!, como lo ha sido siempre. Al igual que Cuba lo ha sido para los dominicanos, donde tantos han ejercido ese derecho histórico, como por ejemplo, cuando en La Habana, las protestas de dominicanos contra Trujillo y sus métodos eran cotidianas, siempre con la protección, el afecto y el calor del pueblo cubano.
25 de agosto de l998
martes, 7 de diciembre de 2010
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