Héctor Pereyra Ariza fue, sobre todo, un hombre fundamentalmente bueno. Un ser que irradiaba sencillez hasta la humildad en su personalidad discreta y apacible. Su voz era un susurro que prodigaba la palabra sabia; la palabra culta, siempre reflexiva, estimulante o esperanzadora con intención de armonizar o inducir al entendimiento sobre criterios dispares. Sus calmadas maneras, desprovistas de pasiones y arrebatos le forjaron una personalidad propicia para ser árbitro, mediador equilibrado y equidistante, como lo fue las muchas veces que asumió ese rol.
Héctor Pereyra Ariza cultivó la amistad como un credo. En estos tiempos de apariencia y banalidad él fue firme, devoto y solidario a tiempo completo en sus relaciones afectivas. Las cultivó y mantuvo con esmero y en ello se encontraba comprometido en todos los escalones de la sociedad. Esos vínculos los mostraba igualmente para todos, sin diferencias de rangos sociales como se lo imponía su espíritu franco y su noble sentimiento, ajeno a la simulación, o la falsedad.
Incluso en el espacio político al cual entró en desmedro de su sala de consulta médica y el magisterio universitario, dejó una estela de servicio y en esta actividad también actuaba con diligencia cuando mediaba en la búsqueda de avenencia entre el gremio médico y las autoridades públicas de turno, en cuya nómina se encontraba en alto nivel y no por eso dejaba su papel justo y equilibrado. Y en ese ámbito, de calles empedradas, particularmente entre nosotros, de falsía y desaprensiones, el doctor Pereyra Ariza generó, en términos generales, el sentido de afecto y respeto de esos grupos.
Héctor Pereyra Ariza, fue un hombre de gran sensibilidad lo cual demostró con amplitud en las distintas facetas que le presentó su paso por la vida. Su vocación solidaria la ejerció sin discriminación al igual que su bondad y su sentimiento afectivo lo entregó con largueza a todos quienes lo tratamos. En estos tiempos, sin apego ni compromiso por los valores, para él era un orgullo hablar de su legión de amigos con quienes, para fortalecer ese vínculo, se comprometía estableciendo el lazo del compadrazgo bautismal, con el respeto y la veneración de antaño.
Héctor Pereyra Ariza, hombre de bien, amigo entrañable se fue de su residencia en la tierra el sábado l4 a la medianoche; lo hizo suavemente,
“como un gabán que cae de la percha al suelo”, sin hacer ruido. Casi como pudo haber sido su vida si no hubiere sido por el esplendor de su vida interior que lo llevó a sobresalir y ser apreciado por quienes tanto lo tratamos y recordaremos el ejemplo de bien ser que deja como un recuerdo permanente quienes tuvimos la experiencia inolvidable de tenerlo como amigo.
16 de agosto 2010
martes, 7 de diciembre de 2010
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