Por don César de Windt Lavandier, hemos sentido un gran respecto, envuelto en viejos afectos que se remontan a unos pocos años antes de la muerte de Trujillo, cuando nos conocimos en la Secretaría de Estado de Obras Públicas. Se nos ocurre pensar que aquel momento fue la época de oro de ese ministerio, cuando contaba con funcionarios de gran hombría de bien, a cuya cabeza se encontraba José Antonio Caro Álvarez, y entre sus demás funcionarios memoramos a Manuel Alsina Puello, Milton Ginebra, Leopoldo Espaillat Nanita, Rafael “Muñeco” Castillo, Federico C. Álvarez entre otros prestigiosos profesionales cuyos nombras escapan a nuestra memoria.
La mañana en que conocimos al señor de Windt, ya estábamos apercibidos por Charles Altar McLaughin, a quien le servíamos entonces de asistente que llegaría el ex contraalmirante a esa oficina, para hacerse cargo de ella, la cual había había servido de enlace entre la administración del aeropuerto Punta Caucedo.
La entrada de este hombrote, de piel tostada, como si hubiese recibido el sol de los siete mares, vivificó aquel pequeño recinto donde el susurro o el silencio era lo habitual, porque se encontraba anexa al despacho del Secretario de Estado y por otro alto el personaje que la había ocupado hasta esa mañana en que la abandonaba. Algunas veces, a través de su puerta vimos entrar a grandes zancadas a aquel hombre de ojos grandes, mirar nervioso y cejas hirsutas como lo era José Vela Zanetti y pasar al despacho del secretario Caro Álvarez, ambos vinculados por una identificación cultural que les unía en una enriquecedora relación espiritual.
Don César tenía una risa franca y abierta, como una bahía; su voz era una bocanada de aire marino. Me hacía pensar en algas y marismas, en puertos y ensenadas; en amuras y cuadernas. Con el paso de los días nuestra relación fue traspasando los límites de la jerarquía para acercarse a la confianza que nos llevaba a conversaciones tabúes en aquel tiempo de recelos y temores; así fue que pude vislumbrar el alma noble y grande de este hombre cuyas acciones en su larga vida han contribuido a dignificar la conducta humana.
Luego del despertar nacional, a partir del año l96l, el señor de Windt y nosotros, dejamos de vernos regularmente. El discurrir de los días se nos hizo aprisa por las inquietudes impuestas por esa alborada trepidante que envolvió al país. Seguimos sin vernos. En casi una década sólo en dos ocasiones he sentido su envolvente resencia. Cuando despidió a su entrañable amiga, Altagracia (doña Tatá) Martínez, valiente y ejemplar mujer de la cual recordó, despidiendo sus despojos mortales, sus aportes y riesgos como emprendedora pionera en el negocio de la transportación marítima, cuando en tiempos difíciles sus goletas abastecían de frutos menores los puertos de las Antillas y junto a sus frutos en algunas ocasiones facilitó la oportunidad a algún amigo en desgracia política, de abandonar el país. Le ví mas reciente, en el homenaje que rindió su sobrino (Julio (Papo), a su padre al reeditar sus versos en un emotivo acto de esa familia que tan variados y nobles aportes ha hecho a su Macorís del Mar y a todo el país.
Estas reminiscencias acerca del señor de Windt, nos las despierta el reportaje que publicó el sección Areíto del periódico HOY del domingo 2 del presente mes a cargo de la experimentada investigadora Ángela Peña. Su reportaje, educativo e histórico, como tiene acostumbrado a sus lectores esta inteligente mujer de la prensa, no sólo describe el ingente proyecto marítimo que acometió el gobierno en la década de l930 para crear toda una gran zona de construcciones en la parte sureste de la ciudad capital.
Con este hermoso reportaje que tiene como base los conocimientos del viejo marino, la sagaz reportera perfila también la vida de este hombre de vivencias múltiples acumuladas y que en distintas formas ha ofrecido a su país con la generosidad de su espíritu amplio; como el verdadero maestro que siempre ha llevado dentro, vocación que comenzó a demostrar desde muy joven, cuando, egresado como bachiller regresó de la Escuela Naval de Mejico, luego de haber hecho allí estudios como cadete, y aquella experiencia, tal vez la mas importante hasta aquel momento para él, la ofreció a su pueblo, a sus gentes de aquel Macorís de poetas, por medio de una charla que dictó en el centro cultural “Hermanos Deligne”, en febrero de l932, titulada “La riqueza azteca y su evolución militar y cultural”.
En los primeros años de la década de los años 60, se reunía en el periódico “La Nación”, donde trabajábamos bajo la dirección de Bienvenido Corominas Pekín, un grupo de jóvenes intelectuales de gran promesa, entre los que se contaban Octavio Amiama Castro (Tavito), Antonio Avelino (Tony), Marcio Mejía Ricart, Guido Gil y Alvarito Arvelo, entre otros. Tavito tenía un gran entusiasmo por la idea de que el país reconociera en vida como “patrimonio cultural viviente” a aquellos ciudadanos que hubiesen hecho firmes y duraderos aportes culturales al país.
Recordamos que, entre sus candidatos, figuraba Domingo Moreno Jimenes, uno de nuestros eximios poetas. Esa noble idea, propia del espíritu de Tavito, se disipó para luego, años después, resurgir y fructificar. Ahora, el recordarla mientras enlazo estos recuerdos, pienso en César de Windt Lavandier, maestro, marino, historiador naval, quien ha vivido con un hondo sentido humanístico; hombre que al igual que Walt Whitman, puede decir: “Soy amplio y contengo multitudes”, por su vida diversa y edificante al servicio de la sociedad dominicana, con la luminosidad de las estrellas que guían a los marinos en el mar, en el mas amplio sentido, quien de manera sobrancera, ha llegado a constituirse un patrimonio cultural viviente del país que tanto ama.
6 de abril 2005,
martes, 7 de diciembre de 2010
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