Como todos tenemos por bien sabido, durante la última campaña electoral, hace dos años, fue difundido a los cuatro vientos el sonsonete adormilante del antihaitianismo. A partir de entonces, se ha vuelto a sacar del cuarto de desperdicios ese viejo y desteñido fantasma para sacudirlo y exhibirlo con un coro de voces resaltantes de patriotería.
Reminiscencia de aquella impúdica excitación de las pasiones que siempre ha demostrado el pueblo dominicano con respecto a sus vecinos, ha quedado la triste imposición de las notas del Himno Nacional a ser tocado cada mediodía por las estaciones de radio y que por su origen fementido, en poco ha contribuido esa medida patriotera a revitalizar un nacionalismo anquilosado por la artritis de la obsolescencia, que marcha cuesta abajo por todas partes, mas en pueblos como el nuestro, de vaporosa identidad, plagado por demás, de necesidades seculares y cuya principal preocupación cotidiana es la búsqueda de alivio a esas acuciantes carencias.
Todavía en los albores de un nuevo siglo, nos sigue dominando el sentimiento por encima del pensamiento, en el enfoque del ancestral problema étnico, social y político con Haití. El mundo ha cambiado y nuevas ideas y acciones lo mueven desde hace pocos lustros, con una dinámica acelerada. Las naciones rectores del mundo han pasado a ser “sombras tutelares” de estos conglomerados mendicantes y por tanto, sin ninguna significación en el concierto internacional, salvo las que algunos iluminados quienes de cuando en cuando han aparecido y les han pretendido dar. O las veces que ha resultado conveniente para los políticos inflar el globo de colores del orgullo primitivo que exhibimos con discursos y proclamas cargadas de lirismo y beatitud en sus exhortaciones nacionalistas.
La República Dominicana y la República de Haití como otros estados de igual categoría, no son sujetos en sus grandes decisiones propias. No les son permitidas hoy día y en lo adelante les serán menos. Su comportamiento, sus acciones mayores se les señala, se les marca en la forma y el modo: Unas veces de manera discreta, sutil y hasta conceptuosa por aquello de no herir el orgullo nacional. Y cuando se haga necesario, de manera escueta y explícita. Para eso están los organismos económicos en primera instancia y, si a sugerencias de estos no hay optemperancia, les llegan los “enviados”
Concédanos el amable lector su indulgencia por haberle referido algo por demás conocido, aun cuando no divulgado con la suficiente franqueza. La integración de estos dos conglomerados está en el horizonte. Quizás los infantes de hoy, cuando estén viviendo la tercera década de sus vidas, lo estarán haciendo en una isla unida y compartida por unos treinta millones de habitantes que mantendrán sus cartas de ciudadanía diferenciadas, como lo ha sido hasta ahora., porque no existe otra manera de que ambos pueblos subsistan a menos que les sea impuesta una estricta esterilización colectiva o los dos entren en un gran holocausto, algo que a la luz de los nuevos tiempos aparece como algo impracticable., como también lo es que las naciones blancas y cultas accedan a contaminarse mas de lo que ya están, promoviendo oleadas migratorias hacia sus tierras, de gente indeseables, todo por aliviarles la vida a esos pueblos miserables, enfermos, desnutridos y con valores culturales que degradarían los de aquellas naciones.
Hace cerca de cuarenta años nos ocupábamos como mecanógrafos en la oficina del coronel Charles McLaughin y el contra almirante César de Windt Lavandier. Con este último manteníamos una relación de confianza y afecto que se ha extendido en el curso del tiempo. A pesar de nuestra juventud, hablamos de todo; desde comentarios cáusticos sobre la Era, hasta asuntos personales. En una ocasión tratamos acerca de Haití. Don César, con su forma franca y abierta de expresarse que le caracteriza, me dijo: “secretario, llegará el día en que nosotros echamos al mar a los haitianos o ellos nos echan a nosotros. Los dos países no podrán mantenerse eternamente separados, como se pretende” Claro está, que en esa metáfora en aquel lejano inicio de la transformadora década de los años sesenta, estaba la visión de un hombre con gran lucidez, visión de futuro y conocimiento de la historia de su país.
Los cambios que han sobrevenido en la humanidad no hacen posible el exterminio de uno y otro país por medio de la lucha armada.. En cambio, ya se pueden comprobar las señales que imponen los nuevos tiempos para que estos dos pueblos se unifiquen, aunque no jurídicamente. Muchos de los proyectos de ayuda económica son otorgados para obras comunes. Se habla de presas y carreteras. Es una manera de comenzar a acostumbrarnos al quehacer común, a la labor y beneficio compartido que tanto unen y forman lazos de solidaridad y confianza.
Ya en las escuelas dominicanas se tienen programada la enseñanza del creole algo, que de manera olímpica y absurda se ha mantenido siempre vedado, cuando esto debió haber sido una obligatoriedad del sistema educativo dominicano en todo tiempo. Sería interesante conocer la autoría de esa medida por si acaso se inscribe dentro de las rectorías que en todo campo les son trazadas a estos pueblos por aquellas naciones que hoy los tutelan, por encima de sus pregonadas y exhibidas grandilocuencias acerca del nacionalismo…
El 27 de febrero de l998
martes, 7 de diciembre de 2010
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