Hace años, cuando Frank Moya Pons, dedicaba su sólido academismo, su prosa culta y atractiva para educarnos con sus valiosos aportes a la historiografía nacional, en alguna ocasión utilizó el calificativo de “aldeano” para referirse a rasgos de comportamiento intelectual de nuestra personalidad colectiva. Tal expresión causó escozor y fue objeto de críticas de parte de algunas de nuestras “reputaciones académicas consagradas” por lo poco receptivo que hemos sido cuando nos enrostran lo que podemos considerar que afecta nuestra egolatría o nos advierte fallas y defectos como sociedad.
Ya antes, Jean Price Mar, aquel erudito haitiano que escribió “La República Dominicana y la República de Haiti”, un importante ensayo sobre las relaciones históricas entre ambos pueblos, en dicha obra nos acusó de ser una sociedad “bovarista”, que dicho en lenguaje simple, significa negarnos a reconocer lo que realmente somos. Sobre él se desató la ira de los más reputados hombres de luces de la época, quienes no le perdonaron lo hiriente que para ellos resultaba aquella calificación que apoyaba su importante trabajo historiográfico y sociológico, sobre los dos pueblos.
En estos días hemos asistido a dos muestras que guardan relación con esas esporádicas manifestaciones de respuestas carentes de reflexión y madurez, que a veces se puede considerar ridículas o hasta risibles, aun cuando son elaboradas con la mayor seriedad. La primera ha sido por la condición de “Estado fallido” que nos ha atribuido una organización internacional. A quienes se han molestado por ese juicio olvidan o tal vez desconocen que el primero que así nos calificó lo fue el eximio Américo Lugo, cuando a raíz de producirse la Intervención norteamericana de l9l6, reafirmó su convicción de que nunca hemos sido un Estado, porque aun cuando lo hemos constituido, no lo hemos formado.
Tal aseveración que hizo aquel patricio hace ya noventa años, tiene hoy día la misma vigencia que en aquel momento en lo expuso. . La otra muestra ha sido la cancelación del director regional de Cultura, en la ciudad de San Cristóbal, por haber promovido éste, una exposición fotográfica de la obra que Trujillo realizó en esa provincia. Tal medida de arbitrariedad oficial fue tomada porque el Secretario de Cultura “no permitirá que ningún empleado (…) para exaltar la figura del dictador (…) según lo reseña este periódico HOY, en su edición del sábado último.
Mueve a reflexión la actitud de la institución del Estado creada para la divulgación de todo lo que tenga que ver con la cultura y la presentación fotográfica que originó la infeliz respuesta de Cultura, no es nada menos que una recreación histórica. Y no debemos olvidar que la historia no es ni buena ni mala; entenderla así, dentro de esa dicotomía entre el bien y el mal es superficialidad, parcialidad y pasión.
Todavía larva en muchos de nuestros intelectuales el comportamiento aldeano cuando de Trujillo se trata. Pretendemos el descomunal absurdo de querer erradicar de la historia nacional su obra, ejecutorias e influencia. (Hace poco hubo otro monumental dislate de hablar sobre la exclusión de algunos de nuestros personajes que han ejercido la Presidencia de la República, de una galería de sus fotos que sería exhibida en el Palacio Nacional.) El rechazo afectaría, según el juicio que dictaron algunos historiadores, estaría basado en que esos mandatarios unos fueron “títeres” unos y otros porque sus ejercicios no fueron democráticos (¡¡!!)
Con una tozudez impropia de la condición de reconocidos académicos algunos intelectuales cuando se Trujillo se trata, se expresan con un encendido lenguaje moralista y arrastrados por sus particulares apreciaciones y valores, en claro desaire a los hechos y causas históricas cuyos análisis sosegados y científicos sobre esa larga etapa de la historia es que deberíamos guiarnos para llegar a conclusiones con el menor grado de pasión y, por tanto, mas esclarecedoras sobre aquel período.
El abrumador predominio de Trujillo concluyó hace cerca de cincuenta años y el estudio de las causas que llevaron a esta sociedad a solidarizarse tan íntimamente con aquel gobernante intimidante y feroz, ha comenzado a ser permitido con un mayor grado de ponderación, a pesar de que todavía se aprecian rasgos de intolerancia como el que hemos visto en la actitud que ha dado motivo para este artículo.
El pecado social que significaba unos pocos lustros atrás referirse a Trujillo sin anteponer epítetos degradantes, que vulgarizaran en extremo su recia personalidad va quedando en el pasado para dar paso a la ponderación reflexiva y analítica que puedan dejar sedimentos mas maduros y menos estrechez en las opiniones sobre Trujillo y su tiempo. Por tanto, exabruptos anti culturales o estridencias emocionales como el acontecido en estos días ya no resultan graciosos ni aplaudidos por las mayorías, que desean conocer mejor aquel dramático acontecer tan profundamente enraizado en la vida dominicana.
Vale la pena volver a citar a Américo Lugo, quien con su profundo discernimiento, como el maestro de maestros que fue, sentenció que “no debemos temer al pasado, porque la oscuridad no está en el pasado, sino en nosotros mismos”
Julio 07, 2005
miércoles, 8 de diciembre de 2010
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