martes, 7 de diciembre de 2010

DEMOCRACIA, CRECIMIENTO Y BATEYES

“Over”, es nuestra obra literaria clásica que refleja con mayor crudeza la vida en los bateyes, como los conoció el autor durante sus tiempos mozos, cuando se impregnó de esas vivencias en el Este, su región natal. Ramón Marrero Aristy, aquel hombre que exhibió un gran sentido dionisíaco de la vida y cuya trágica muerte cayó sobre el régimen trujillista con el peso de mil toneladas, produjo su obra hace poco más de cincuenta años; y, aun cuando pudo pasar inadvertida en aquellos tiempos de “la palabra encadenada”, fue una desgarrante denuncia de las condiciones de explotación, de los abusos y la orfandad social de nuestros hombres y mujeres en los campos de caña.

Desde aquella sentida protesta contra los abusos que cometían los responsables de los ingenios contra los desamparados trabajadores de la caña, nada ha cambiado para bien en la vida de los bateyes. Infinitamente mas poblados ahora y con necesidades más profundas y lacerantes, según se desprende de la patética exposición que, como un grito desgarrador ante el Presidente de la República, lanzó el sacerdote Christopher Hartley, hace pocos días, en el curso de la inauguración de algunas obras y el repetido acto de entrega de títulos de tierra que, como un rito populista y estéril, han venido haciendo todos los gobierno en el curso de las últimas décadas.

“Está usted ante la antesala del infierno”, comenzó su cruda denuncia social el religioso, en ajustado émulo de aquella frase que puso Dante a la entrada del Infierno en su “Divina Comedia”, para que las almas que allí llegaban perdieran toda esperanza de redención. El sacerdote Hartley, en su descarnado apóstrofe señaló al señor Presidente de la República, haber llegado al lugar donde un vasto núcleo de sus conciudadanos ha venido padeciendo por décadas los abusos y la explotación más cruda y lacerante, hasta llevarlos a perder toda esperanza. Como los condenados al Infierno del Dante.

No resulta hipérbole cuando el preocupado sacerdote expone que las condiciones de los bateyes “son mas dignas de ser habitadas por animales y no por hombre”. Esa patética exclamación se debe porque ni siquiera tienen letrinas para sus deyecciones; y en cambio, los responsables de los ingenios, con insensibilidades propias de los antiguos negreros, o desde su posición de poder, que casi siempre suele transformar o distorsionar la realidad, entienden que no las necesitan porque para sus apremios fisiológicos están los cañaverales.

Hay más crueldad en esa actitud de los modernos jerarcas de los ingenios que la del guarda-campestre de “Over, quien simulando compadecerse con los sufrimientos del trabajador y ante su hambre los invitaba con palabras suaves a entrar al cañaveral y comerse a escondidas un pedazo de caña, y así, con sutileza, acentuaba la docilidad del hombre ante su explotación.

El abuso ha sobrevivido, ahora más descarnado y flagrante, como de manera irrecusable lo demuestra el amargo memorial de injusticias que hizo el religioso católico, asumiendo la voz de los que no la tienen, y cuyo contenido fue recogido por este prestigioso diario Hoy, en su edición del pasado día 29..

Debió haber sido incómodo para el señor Presidente de la República, por su insoslayable responsabilidad en la conducción del Estado –entre cuyos desvelos debería constituir la prioridad máxima la búsqueda de un mínimo de satisfacción para sus gobernados- enterarse por aquel sacerdote, cuyas palabras exprimieran ante sus ojos la dolorosa llaga abierta de las injusticias, los abusos, la degradación social y la indefensión extrema en que viven, si es que puede llamarse vivir las condiciones de aquellos miserables que tienen como mundo el batey.

Quizás valga la pena preguntarse si resulta moralmente aceptable que nuestros hombres públicos hablen tanto acerca del fortalecimiento democrático en nuestro país y su modernidad, lo mismo que el halago desmesurado con que anuncian el crecimiento económico que se ha venido logrando desde hace algunos años, cuando vastos sectores de nuestra gente vive el mismo infierno en que están sometidos los bateyes a que se refiere el padre Hartley, donde todavía, a pesar de los logros oficiales que se citan en el área educativa, “miles de niños están sin escolarizar o tienen que recorrer grandes distancias en condiciones inhumanas…” Y cuando existen lugares en los que…”tan inmensos como los cañaverales son los sufrimientos y el abandono de las gentes que por entre sus interminables carriles de barro, polvo y lodo, deambulan cada día buscando un miserable pedazo de pan”.

Y, donde los cortadores de caña mas afortunados cobran treinta y cinco pesos por toneladas cortadas en ingenios cuya posición, desde siempre ha correspondido a una familia que debe figurar entre las grandes beneficiarias del tan obscenamente cacareado crecimiento económico, que entre nosotros, por paradoja, hace crecer inversamente las condiciones de vida en los bateyes, negadora de la menor muestra de dignidad y condición humana, como ha quedado expuesto en el valiente memorial de agravios que sufren esos desheredados de la suerte, como bien lo ha expuesto el valiente sacerdote.

8 de febrero del año 2000

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