martes, 7 de diciembre de 2010

EL SEÑOR DE LA GUERRA

El Presidente de los Estados Unidos, George W. Busch, se ha montado encima de un tigre y como reza el refrán no sabe donde lo llevará la fiera y, si se desmonta, corre el riesgo de que se lo coma. Si ataca a Irak en las actuales circunstancia, habrá de recordar al mundo el carácter agresivo e intolerante de la nación norteamericana, como pocas naciones lo han sido en el curso de la historia, partiendo del hecho que señaló un periodista argentino cuando Estados Unidos bombardeó a Kosovo y él escribió que desde la terminación de la segunda guerra mundial hasta el año l976, las fuerzas militares de esa nación habían atacado en algún lugar del tercer mundo cada uno de los años transcurridos en ese lapso.

Quedaría expuesto, además, el deterioro del papel de país modelo de democracia, después que las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad se han opuesto a esa vuelta a la agresión norteamericana sin el mandato del organismo multinacional, cuya función principal, en teoría, ha sido dirimir conflictos entre los pueblos sobre la base del consenso y la legalidad.

Las argumentaciones para montar esa nueva estrategia de ataque militar de parte de Estados Unidos, ha dejado ver mucho de soberbia y predominio sobre los demás naciones, por quienes son protagonistas de esta arquitectura de violencia que han venido demostrando, quizás llevados por la magia de pertenecer a la poderosa Roma moderna, cuyo poder avasallador e indiscutible, sobre el de los demás pueblos.

Las razones para atacar a Irak en definitiva están en las bocas de sus cañones, tal como las cimentó el cardenal Cisneros, cuando dudaron de su autoridad como regente del reino español. Esto así, porque las excusas para el ataque que presentan los dueños del poder norteamericano ha resultado hasta ahora pálida y deslucida; confusas y difusas. Se ha hablado de armas prohibidas que no aparecen en los arsenales iraquíes. También se ha sobreabundado en cosas poco aprehensibles por su carácter conceptual y ético, tales como las nociones de el bien y el mal; democracia, libertad y tiranía, a despecho de que la solución propuesta para acabar con eso, o sea la guerra, es la más contundente violación de todos los principios morales y la imposición de la intolerancia en su más radical expresión.

El señor Busch, a quien personalidades del mundo no le atribuyen mucha claridad de pensamiento, sí tiene bien claro que no puede correr el riesgo de perecer desmontándose del tigre y por eso sigue la alocada e incierta carrera de la guerra, a pesar del “ respetuoso acuerdo” que expresa con los millones de personas que en manifestaciones masivas alrededor del mundo han rechazado la solución bélica que, contra viento y marea mantiene aquel gobernante contra Irak, sin considerar tampoco, la oposición de importantes naciones que han secundado a los Estados Unidos en sus agresiones anteriores y a las que no ha podido convencer esta vez que lo acompañen en la aventura. El señor Busch en su empecinamiento belicista, guarda silencio ante las rogativas del Papa, a pesar de considerarse “un hombre profundamente religioso que reza para tener la fuerza, reza para ser aconsejado y reza para dar gracias a un Dios generoso y todopoderoso” según declara con ungida devoción.


Estados Unidos ha llegado a un punto en que, corriendo todos los riesgos tendrá que seguir adelante, como lo que está dando a entender y destruir a Irak, al igual que hicieron los romanos, sus émulos del pasado con Cartago, bajo la excusa del patriotismo, para suplantarlo en su próspera actividad comercial. Los soldados norteamericanos se encuentran emplazados en los límites fronterizos del país condenado al exterminio y no es propio en los asuntos de guerra regresar tropas a casa sin antes haber quemado la ceba: ni tampoco el soldado es movilizado para esperar indefinidamente, sino para la acción rápida.

La suerte está echada para el señor Busch. No puede volverse atrás a riesgo de enseñar al mundo dudas, irreflexiones y erratismos, algo que no es permitido a los poderosos. Por asuntos de hegemonía, imposición de temor y si es posible de respeto, la situación ha llegado para Estados Unidos a no poder ser razonable ni tolerante con la crisis que ha creado contra Irak y que tal vez esta sea la punta del iceberg de lo que pueda ser mostrado en lo adelante al mundo.

El papel del gobierno norteamericano de gran imperio no le permite la indulgencia con su enemigo, como tanto se encuentra en las lecciones históricas del pasado. Su empecinamiento y agresividad contra un pueblo infinitamente más débil será prontamente sepultado por el perdón que recibirá de las demás naciones, aunque por el momento se opongan, tal vez por chispazos de nostalgia de un pasado suyo más gallardo y digno. Los triunfadores siempre terminan recibiendo el perdón de los pueblos, y el imperio norteamericano tiene por delante todavía algunas décadas de predominio indiscutido, hasta que esto le sea disputado por el gigante dormido de que hablaba Napoleón, que ha despertado y observa cauteloso con sus ojos de dragón sonñoliento esta otra muestra de impaciencia torpe e intemperante que preocupa al mundo y a él no parece perturbarlo.


Publicado en el periódico HOY,
El 24 de febrero de, 2003

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