miércoles, 8 de diciembre de 2010

LA POLITICA SOCIAL COMO SOPORTE

La labor de Joaquín Balaguer en sus ejecutorias de gobernante, ha sido tratada, en la mayoría de los casos, por críticos entre los que han predominado juicios apasionados y no pocas veces con virulencia y hasta mezquindad entre algunos de esos analistas cegados por intereses políticos unos, y otros lo han expuesto sus reflexiones desde sus apacibles ejercicios intelectuales puramente académicos.

Ha faltado en esos enjuiciamientos la serenidad del pensamiento para sobreponerse en sus análisis o interpretaciones, el condicionamiento que impuso el momento histórico en que inició su gestión gubernativa este experimentado hombre de Estado.

Aquellas dramáticas circunstancias dentro de las cuales inició su tarea como gobernante en el año l966, debería ser el primer asunto para someter al escrutinio cuando se intente analizar los hechos y actuaciones gubernativas del presidente Balaguer con cierto rigor histórico; esto es, al margen de valoraciones personales y despojarse del partidismo ideológico antagónico al gobernante que algunos de sus jueces de horca y cuchillo han representado en natural desmedro del análisis histórico frío y objetivo.

Ahí tiene que detenerse quien pretenda abocarse con ecuanimidad a la precipitada tarea de enjuiciar la labor de estadista de Joaquín Balaguer. La sociedad dominicana de aquel momento era entonces un conglomerado preñado de exigencias y arrebatos, cargado además de las mayores frustraciones ante las pocas perspectivas favorables que había experimentado en sus aspiraciones de todo tipo de reivindicaciones que esperaba ver satisfechas a partir de la muerte de Trujillo.

También el engaño que había sufrido todo el pueblo al llevarse a cabo el golpe de Estado de septiembre del año l963, y el desquiciamiento social que sufrió de nuevo el pueblo, esta vez causado por los graves acontecimientos ocurridos a partir del 24 de abril del año l965, cuando estalló el movimiento insurreccional cívico militar, hecho histórico que podría considerarse como la culminación de todo el desajuste que había dejado en la vida dominicana la súbita desaparición del largo régimen dictatorial de Rafael L. Trujillo.

Joaquín Balaguer regresa al país, luego de un extrañamiento al cual se vio forzado por las circunstancias imprevistas que se desencadenaron ante la abrupta caída del régimen trujillista. A su regreso, después de un exilio de cuatro años, Balaguer encuentra un país profundamente dividido y una sociedad desgarrada por el último de sus encuentros fraticidas, como el mismo estadista definió la acción bélica entre fuerzas regulares de las fuerzas armadas y aquellos militares y civiles que tenían como propósito la reposición del ex presidente Bosch, y que, en su luctuoso desarrollo en algunos sectores de la ciudad capital, dejó un gran saldo de víctimas y por demás, produjo la segunda intervención norteamericana del país en el siglo veinte,

No hay que hacer esfuerzo extraordinario de la imaginación para entender la difícil situación que imperaba en el país, donde a causa de lo señalado en el párrafo anterior, las pasiones se encontraban todavía en ebullición cuando el doctor Balaguer asume la presidencia de la República. Si bien es cierto que la violencia armada había formalmente cesado debido a las negociaciones que fueron impuestas a los bandos en pugna por los organismos internacionales que mediaron en el conflicto, la vida institucional del país no había superado el ambiente de tensión y desconfianza que generó el conflicto armado.

Esta síntesis histórica la hemos expuesto, como marco necesario para poder entender la obra social del presidente Joaquín Balaguer, y apreciarla como la más prioritaria y tangible a la vez para las grandes mayorías nacionales de aquel momento a las cuales necesitaba con dramática urgencia atender el gobernante, consciente de su responsabilidad, aun cuando fuera de manera mínima, pero que podría traerle algún alivio a los requerimientos ciudadanos mas palpitantes como lo era la necesidad de comer y la esperanza de un techo donde alojarse a aquellas gran masa pobre y desocupada cargada de las penurias mas acuciantes después del conflicto armado.


Cuando Joaquín Balaguer resulta electo a la presidencia de la República y asume tal cargo el primero de julio del año l966, reiteramos, encuentra un país, no solo desgarrado por los trágicos acontecimientos que había sufrido, sino algo todavía peor; el espíritu colectivo nacional se encontraba abatido en lo moral por la humillación de haberse visto de nuevo sometido a intervención extranjera y el trauma de haber superado un estado de violencia que no habían conocido las últimas generaciones.

Su llegada a la dirección del Estado, no obstante, en las condiciones nacionales descritas, resultó auspiciosa porque, en primer término, durante su corto exilio había mantenido una presencia en el pueblo dominicano a través de las charlas que enviaba desde la ciudad de Nueva York, para ser transmitidas por la radio, así como también a través de la publicación regular en un periódico local para que sus mensajes llegaran al mayor número de ciudadanos posibles,

El dinámico y esperanzador inicio de su período gubernamental, mostró al país lo que podía hacer una voluntad sapiente, experimentada y como la suya, dedicada con extremo celo a atender las necesidades de la sociedad. Con ese ejemplo de trabajo afanoso inicia el país una marcha hacia un estadio de grandes logros sociales con el propósito desarrollista que, aun cuando tuvo por razones del momento su punto mas sobresaliente en sus tres períodos de gobierno consecutivo -1966-1978 por continuidad electoral a su favor, en ese lapso estaría la más honda huella de la gestión gubernativa que cumplió, para totalizar veintidós años ocupados con marcada preferente en desarrollar una política social que sustentara su visión desarrollista del Estado.

Su gestión gubernativa inicial fue tan eficaz que logró de inmediato atraerse la colaboración de aquellos grupos sociales y económicos que en alguna medida representaban sectores comprometidos con la sociedad, porque estos se identificaron con las claras iniciativas y enérgicas medidas que mostraba el gobernante para llevar a cabo el proceso de recuperación nacional y reunificación de la familia dominicana

Con esa colaboración de los más representativo de las fuerzas vivas o sociedad civil, como llamamos ahora, en apenas seis meses, o sea cuando el año l966 llegaba a su fin, el país se encontraba envuelto en una trepidante marcha desarrollista, impulsando un abarcador programa de construcción en las principales ciudades con recursos obtenidos por el gobierno en sus recaudaciones internas que, por una rigurosa aplicación y fiscalización de tales recursos pudo mantener el Estado, sin necesidad de acudir a compromisos internacionales, aun cuando su amplio plan de construcciones y obras sociales requería de ingentes recursos económicos.

La mayor necesidad de aquel momento lo era encontrar la forma de proporcionarle como ganarse la vida a sus grandes núcleos desocupados. La población de los bajos estratos capitaleños se encontraba ociosa y el presidente Balaguer “concibió sus proyectos sociales en puntos álgidos”, como lo fueron las grandes urbanizaciones de “Matambre”, la “Plaza Trinitaria”, “La Loma del Chivo”, “Guachupita” y “Honduras”, siguiendo de manera indetenible, el vasto plan nacional de obras de viviendas para la gente de escasos recursos que se extendería por todas las provincias de la república.

Estas obras, aparte de su alta función social, como proyecto de contribución a paliar el crónico déficit habitacional que ha existido en el país, también perseguía la utilización de un gran número de obreros, en cuyas manos quedaba mas de la tercer aparte de las derogaciones que requerían tales proyectos de interés social, como eje de la política para un mayor desarrollo urbano de la ciudad capital y ciudades del interior, logrando a la vez el saneamiento de esas áreas capitalinas, degradadas por las ocupaciones ilegales, mientras llevaba ”comida para los miles de estómagos vacíos”, que poco antes se encontraban en condición vegetativa.

Aun cuando la obra social que construyó el presidente Balaguer, como base de su política desarrollista fue la principal impronta de sus fructíferos ejercicios gubernativos en la búsqueda del engrandecimiento nacional, tal vez resulte tedioso en esta intervención nuestra, abundar sobre tantos proyectos sociales ejecutados, todos de indiscutible valor por su contribución al desarrollo nacional. Ahí están esas ejecutorias. Todavía se encuentran cumpliendo su función en el bienestar social de la familia dominicana la multitud de liceos secundarios, hospitales multifamiliares y otros tantos aportes como testigo elocuentes de la visión desarrollista de ese estadista consagrado al progreso y desarrollo de su pueblo.

Se ha hablado mucho acerca de la política desarrollista que el presidente Joaquín Balaguer llevó a cabo en sus períodos gubernativos. Sus críticos han hablado de la intensa tarea de construcción de obras públicas, llamándola despectivamente “política de varilla y cemento”, como su mayor prioridad. También se ha enfatizado en esas opiniones adversas que en su obra social no dio suficiente importancia a la educación y a la salud pública particularmente. En pocas palabras, que en los logros obtenidos en el desarrollo y mejoramiento social su labor no alcanzó un desarrollo apreciable.

Es posible, que desde el punto de vista taxativo, no hayan dejado de tener razón aquellos que han llegado a esas conclusiones, así como también quienes han entendido que no fue suficientemente amplio en la ejecución de programas sociales ni en un sistema salarial universal, tanto para el sector privado, como para empleados del Estado que fuese mas justo y práctico, algo que tampoco ha sido suficientemente tomado en cuenta por ninguno de los gobiernos que lo ha sucedido en cuyos ejercicios los recursos económicos que han manejados han sido sustancialmente mas abundantes que los percibidos por el presidente Balaguer.

A Joaquín Balaguer le ha sido criticado con mayor acritud que reflexión despasionada que también fueron obviadas otras necesidades importantes, dentro del esquema del logro de la estabilidad y el desarrollo social de los dominicanos, sin tener en consideración esos críticos, los tiempos de turbulencia social en que el presidente Balaguer tuvo que actuar, algo que afortunadamente para los gobernantes posteriores no han ocurrido en sus gestiones, y sin embargo, estos no han mostrado un mayor aprecio y atención que el suyo por las necesidades sociales de sus gobernados, que cada vez carecen de forma más dramática de sus seculares necesidades.

Ante esos ataques que les han sido formulados de manera sistemática al presidente Balaguer, nos surge el gran dilema que han debido enfrentar los hombres en quienes han caído las graves responsabilidades públicas en determinados etapas, cuando les ha tocado definir lo que amerite la mas inmediata atención en sus deberes de Estado.

Qué tarea debe acometer, teniendo particularmente presente, si tales acciones hay que iniciarlas en un país que no puede esperar mas que soluciones, aunque parciales, pero de resultados inmediatos para el restablecimiento de la armonía o cohesión social y que además, sus fuerzas económicas se encuentren paralizadas por la incertidumbre, tal como era la situación de la República Dominicana al momento en que Joaquín Balaguer asumió su período gubernamental cuando todavía quedaban rescoldos encendidos del proceso revolucionario que había desarticulado la vida nacional y despertados pasiones desbordadas en distintos núcleos de la sociedad

En este punto., valdría la pena citar el viejo dicho usado para tratar de explicar esa necesidad que cada gobernante tiene que enfrentar, de acuerdo a las circunstancias en que le toque asumir funciones de gobierno en cualquier país: ¿Qué producir: cañones o mantequilla?

La dilatada experiencia de hombre de Estado no le creo esa duda a Joaquín Balaguer y esa sabiduría lo llevó a tomar una decisión firme e irreducible. La gravedad de la situación nacional en lo social y económico le imponía, sobre cualquier otra consideración, llevar el optimismo y estimular la inversión de capitales que permitiera arrancar el motor industrial y la energía empresarial de la nación para que el país recuperase la confianza en sí mismo en émulo de la dinámica emprendedora que mostraba él como ejemplo desde la presidencia de la República.

En esa dinámica creadora de riquezas y empleos no podemos dejar de citar, entre el conjunto de su obra social, las leyes de incentivo que en su momento fueron el acicate que esperaban las fuerzas económicas para por esa vía iniciar con entusiasmo su contribución a la gran obra nacional de ese gobernante enérgico y su cabal entendimiento de las necesidades de sus conciudadanos en aquel momento de postración e incertidumbre en que se debatía la república y el estado de ánimo colectivo del cual logró rescatarla en sus primeros ejercicios gubernativos.

El legado mas valioso que dejó Joaquín Balaguer, está marcado de forma indeleble como el artífice de aquella gran obra social y desarrollista inicial, cuando requirió el mayor empuje de su acerada voluntad y así pudo exhibir plenamente a su pueblo muestras de sus claras dotes de estadista quien, con decisiones firmes supo establecer en el país su modelo desarrollista como acción inmediata e impostergable para restablecer la paz y armonía entre la dividida familia dominicana, tarea fundamental para restablecer el equilibrio social que permitiría la recuperación de la confianza perdida por los núcleos impulsores del desarrollo, como la mas alta prioridad que imponían aquellos difíciles momentos en la vida de la República. No olvidemos, pues, que el hombre está obligado a actuar según las circunstancias de cada momento.

Para cumplir con ese objetivo, el presidente Balaguer tuvo que implantar un gran plan social que, por la calurosa acogida que recibió de las mayorías, le sirvió para labrarse el camino para construir el mayor liderazgo que ha acumulado dirigente político alguno dentro del espectro de la sociedad dominicana, a partir de la desaparición del régimen de Rafael L. Trujillo y hasta el momento de su propia muerte, ocurrida hace seis años.
El doctor Joaquín Balaguer fue el referente obligado durante en el proceso político dominicano de las últimas décadas y su nombre ha quedado grabado con caracteres profundos en las páginas de la historia dominicana por las altas dotes de gobernante que mostró en sus ejercicios presidenciales y sus celosos afanes en procura de lo mejor para su país.

Conferencia pronunciada el 30 de agosto de 2006
a alumnos de la Escuela de Formación Política del
Partido Reformista.

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