Al igual que en otros tantos países, los estudiantes en Venezuela han asumido en determinados momentos políticos roles muy importantes. Hasta decisivos. La vitalidad de la juventud y sus utopías los han impulsado a cambiar el rumbo de la vida nacional.
Allí, la determinación de libre albedrío ha tenido acciones resonantes en el espíritu colectivo del estudiantado.
Para el Benemérito Juan Vicente Gómez, en el año l927, “el espíritu revolucionario estaba completamente exterminado” y por ese entendimiento permitió la reestructuración de la Federación de Estudiantes de Venezuela. Poco después, al año siguiente, con motivo de la celebración de la Semana del Estudiante se llevó a cabo todo un movimiento en Caracas, con claros tintes políticos dentro de un marco aparentemente de actos culturales y esa acción causó tal conmoción que, para algunos historiadores venezolanos, aquel evento estudiantil resultó la matriz donde germinaría la semilla de la democracia en la tierra de Bolívar.
De allí emergieron líderes de gran brillantez de pensamiento que más adelante coadyuvaron a la conformación y consolidación de la democracia en Venezuela, como lo fueron Jóvito Villalba, Rómulo Betancourt, Miguel Otero Silva, Raúl Leoni y Rafael Caldera, entre los más destacados
Hace pocos días, otra generación de estudiantes, pero con igual espíritu libertario, asume un papel estelar en la organización y motivación de gran parte del pueblo para enfrentar en las urnas electorales, el nuevo “Cesarismo Democrático”, que le quiso imponer el presidente Chávez por medio de un referéndum, porque, en caso de haberse aprobado las reformas políticas que deseaba su gobierno, en buen sentido, no otra cosa hubiere sido la traducción de tales modificaciones constitucionales, o tal vez una “Dictadura con apoyo popular”.
El presidente Chávez está auú disfrutando de los minutos de gloria que le concede el destino a algunos seres privilegiados, porque los venezolanos tienen muy vivo en sus recuerdos la obscenidad en que devino la democracia en su país por el ejercicio político aberrante que en un contubernio decidieron repartirse el poder bajo la legalidad de elecciones los partidos “Acción Democrática” y “Copey” a partir del derrocamiento del gobernante Marcos Pérez Jiménez. En alguna medida ciertamente el gobernante actual está reivindicando a ese gran pueblo del saqueo sistemático al que fue sometido.
La inmoralidad con el ropaje de libertad electoral llegó a ser un torneo de degradación en el quehacer gubernamental y el despilfarro de la riqueza nacional alcanzó tal medida y desdoro, que el pueblo venezolano vio en la protesta trágica y violenta del coronel Chávez Frías la ansiada barrida del entronizamiento asqueante en los poderes públicos de aquella “conchupancia” que en nombre de la democracia se había enquistado como sistema político sacrosanto en Venezuela y esa protesta armada le llevó poco después a desarrollar un liderazgo que lo condujo electoralmente al Palacio de Miraflores.
El presidente Chávez ha cumplido un rol muy trascendente en la historia moderna de Venezuela y de América. Ha puesto al descubierto el asalto descomunal al erario que en nombre de la democracia llevaron los gobiernos de su país por más de cuarenta años sin que el gran pueblo recibiera, aun en una pequeña proporción, los beneficios de la también descomunal riqueza que posee y explota su país.
En esa conducta de los gobernantes “democráticos de Venezuela” que se proclamaban con mucha satisfacción de representar la democracia más vieja de América, ha sido un espejo en que otros países llenos de pobreza, como el nuestro, también comparten sus masas enfermas, desnutridas y sin educación y hagan conciencia de la inmoralidad sin límites que han sido nuestros gobiernos tanto aquí como allá, cuyo principal esfuerzo ha estado concentrados en la acumulación de fortunas indecentes para quienes han ejercido esos gobiernos y la camarilla cómplice.
En los tiempos que corren, la reelección presidencial, que formaba parte preponderante y de forma continua como la que presentaba la propuesta chavista, no es ni necesaria ni mucho menos apreciada, como tanto nos aleccionan las experiencias pasadas, sobre todo, si la corrupción moral es la principal arma a utilizar para tales fines, bien sea en Venezuela o en la República Dominicana, porque, está demostrado que cuando eso acontece, y lo cual hemos conocido en demasía, se llega a adquirir el poder absoluto entonces, como dijo un estadista e historiador inglés “el poder corrompe y el poder absoluto, corrompe absolutamente”.
Las sociedades en este mundo post moderno no pueden ni deben pensar en depender de ningún hombre ni de sus ejecutorias individuales. Lo que necesitan los pueblos es madurez para que sus núcleos representantes coordinen esfuerzos en busca de un mejoramiento colectivo, y los pueblos son más dignos y estén más vigilantes para exigir sus derechos e imponer su fuerza colectiva como lo ha hecho el pueblo venezolano en estos días donde ha sobresalido el valor cívico de su juventud estudiantil en las urnas electorales.
.Todo eso es muy cierto, y está ahí, desafiante ante cualquier análisis que se pretenda hacer para justificar esa conducta gubernamental que ha caracterizado a los gobiernos anteriores en Venezuela, y a los nuestros mayormente hasta el día de hoy. A pesar de toda la podredumbre que arropa el ejercicio gubernamental en nuestros países, no debe tener cabida el anacronismo político y social de los hombres providenciales. No sólo por el funesto resultado que hemos tenido con aquellos a quienes hemos investido con esa calidad o virtud, también por los errores que hemos cometido por nuestras impaciencias, nuestras cobardías o nuestra ignorancia
19 de diciembre 2006
martes, 7 de diciembre de 2010
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